Me han dicho ya varias veces que, en este submundo de la creación escénica en el que nos movemos últimamente, hay un estilo muy diferente entre los que viven en Madrid y los que viven en Barcelona. Entre «los que viven en Madrid» o «los que viven en Barcelona», no entre los madrileños y los catalanes, porque tú puedes vivir en Madrid y ser gallego o vivir en Barcelona y ser castellano. Dicen que los de Madrid son más de textos potentes y elaborados, más oscuros, más cabreados y más rollo político. Y los de Barcelona no escriben tanto, por lo visto, vienen más del movimiento, aparentemente son más ligeritos y eluden lo político, al menos, lo explícitamente político. Bueno, yo creo que están hablando de una parte de la escena madrileña y barcelonesa, y que no se puede meter a todos en el mismo saco porque se me ocurre que, por ejemplo, Cuqui Jerez sería entonces más barcelonesa que madrileña porque, entre otras cosas, en la charla que dio con Cristina Blanco en el LP’09 dijo que el texto de The rehearsal ni siquiera estaba escrito, que lo habían ido construyendo como se construye una coreografía, que se lo habían pedido recientemente y que se estaba planteando transcribirlo. Por cierto, los de La Porta me matarán por pesado pero, ¿por qué no publicáis el vídeo de esa charla? Fue estupenda, nos enteramos de muchas cosas. Bueno, pero resulta que no, que Cuqui vive en Madrid. Me hablan de Carlos Marquerie, por ejemplo, como exponente de lo madrileño. Claro, yo creo que me he perdido unos cuantos episodios de esta serie pero vale, lo capto, entonces La tristura son de Madrid. Son veinteañeros y esta es su primera obra pero, según los defensores de la teoría Madrid-Barcelona, está claro de dónde vienen. Y claro, tú puedes apreciarlo todo y disfrutarlo todo, pero, al final, si eres del Madrid eres del Madrid y si eres del Barà§a eres del Barà§a.
Joder, había una chica entre el público, a mi lado, que casi desde el principio, a medida que avanzaba el texto, se puso a llorar desconsoladamente. Estuve a punto de preguntarle si se encontraba bien pero también se puso a reír y aplaudir y luego a llorar otra vez y a reír de nuevo. Bueno, me relajé, pensé que eso yo creo que no lo había visto nunca en ningún espectáculo pero que, a ver, la chica parecía no necesitar ayuda, seguía ahí por propia voluntad y, hombre, aunque al principio me dio un poco de susto porque no estoy acostumbrado a ese despliegue público de emociones, si la chica conectaba de esa manera tan brutal con lo que estaba presenciando, la verdad es que no hay nada de malo, ¿no? Pues ahora, visto tres días después, me da la impresión de que igual «Años 90. Nacimos para ser estrellas» estaba muy en consonancia con las reacciones que despertaba en esta chica del público.
A Isadora Duncan le preguntaron después de un estreno que qué había querido decir con su obra. Y contestó que si pudiese decirlo con palabras no hubiese necesitado ponerse a bailar. Me he enterado por el filosofante Xavier Rubert de Ventós, que lo dijo el otro día en L’hora del lector, el programa de Canal 33 que también se encuentra en Internet. También dijo algo así como «lo que me asusta son los ideales de los valores que cada uno trata de encarnar, de simbolizar. Mejor no hablemos de valor, hablemos de formas, de maneras (…)». Lo dijo Rubert de Ventós, no Isadora. En varios momentos de la entrevista, divaga tanto que cuando quiere recordar de dónde venía ni se acuerda. He llegado hasta él por un comentario que le han dejado en el blog del Crítico con peluca, en la crítica sobre lo de Nao Albet. Juzgar una obra no me interesa. Entonces ¿cuál es el objetivo de escribir algo después de ver lo que sea? A veces, partiendo de algo llegas a otra parte. Ves a La tristura y un par de días después llegas a Isadora Duncan. Algo se mueve ahí. La mejor manera para ocultar algo hasta conseguir hacerlo desaparecer es no hablar de él. Si algo no se ve, al final deja de existir.
Aà‘OS 90. NACIMOS PARA SER ESTRELLAS
LA TRISTURA
AdriAntic
14/05/2009
Vídeo e información sobre la obra
La crítica del Crítico con peluca