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Notas que patinan #14: Borracho de Bartók y Rosas.

máquina de escribir de Henry Miller
Esta fue la máquina de escribir de Henry Miller (según dicen).

A mí me pasa lo contrario de eso que dicen por ahí que les pasa a algunos que publican en sus blogs “a la antigua”: hoy tengo que escribir este post en un Word y me siento raro porque no puedo escribir desde mi propio blog. Escribo en un avión después de un sueñecito reparador y en el avión no dispongo de conexión a Internet. Cuando me despierto, por la mañana o después de una siesta, como hoy, me suele pasar que tengo unos minutos de subidón que si aprovecho para escribir suelen dar mucho de sí para lo que es mi nivel habitual. Si no aprovecho ese estado y me subo a la ola, lo más normal es que lo que quería escribir no lo acabe escribiendo jamás. Es como si estuviese un poco borracho, también dicen por ahí que los borrachos dicen la verdad. Bueno, la verdad… dirán lo que les pasa por la cabeza en ese momento, un momento en el que van bastante sueltos y se atreven a decir inconveniencias de las que luego se arrepienten a menudo cuando están sobrios y les recuerdas las “verdades” que dijeron. Si tuviera Internet ahora buscaría en google cómo se llama exactamente ese discursito de disculpa que pronunciaban antiguamente en el teatro al inicio de la función,“captatio benevolae”, creo que se llama, en el que el autor de la pieza se disculpaba por si acaso lo que los espectadores iban a contemplar no era de su completo agrado. Me parece que yo estoy haciendo algo parecido con toda esta larguísima introducción, más acorde con el tamaño de lo que es apropiado escribir en el medio impreso, según creen algunos, y no apta para el medio digital, según la misma gente (¿o no son los mismos?). A mí me da igual, vuelvo de Budapest a Madrid y aunque me he pegado una siesta de tres cuartos de hora y he tardado un rato en decidirme a escribir, aún me quedan dos horas de viaje y la batería del mac que le he pillado a mi novia dura que te cagas. Tengo mucho tiempo y nada más que hacer.

No es cierto, podría hacer otras cosas. Podría leer una novela de Henry Miller de los años 30, si no me equivoco, como no tengo Internet no puedo comprobarlo, aunque quizás lo ponga en la tapa del libro, pero para llegar hasta el libro tendría que buscarlo en la bolsa del ordenador y me da mucha pereza porque en los aviones cualquier movimiento es muy costoso y hay que molestar a mucha gente, entendedme, comprobad vosotros de qué año es “Trópico de Cáncer”, vosotros sí que debéis tener Internet si estáis leyendo esto porque al final me he decido a publicarlo cuando se me haya pasado el subidón.

Nos vamos acercando al tema del que quería hablaros. No es cierto, nos vamos acercando a la experiencia que ha dado pie a que escriba desde hace un rato en círculos concéntricos alrededor de lo que ha provocado en mí asistir a la representación de “Mikrokosmos” de Anne Teresa de Keersmaeker, ayer por la noche en Trafó, Budapest. Como no tengo Internet ni ningún programa de mano, no puedo ni contrastar el nombre de su autora, ni ningún dato sobre la pieza, pero recuerdo que una de las programadoras de Trafó dijo que era de los 80, de hace 24 años, recuerdo haber hecho ese cálculo mientras me acomodaba como podía en una de las escaleras laterales desde donde nos permitieron asistir a la representación. “Mikrokosmos” es una obra para piano de Béla Bartók, para quien no lo conozca, compositor húngaro y uno de los compositores más destacados de la primera mitad del siglo XX. Bartók fue un renovador, con un lenguaje propio que parte de múltiples referencias, de los creadores musicales que le rodeaban en su tiempo, un tiempo de profundos cambios en el lenguaje musical, Schoenberg, Satie, Debussy, Stravinsky, por citar unos ejemplos, pero también de un profundo conocimiento del pasado musical europeo, con Bach a la cabeza, y de una investigación de campo muy personal sobre el folklore húngaro y de otros pueblos vecinos y no tan vecinos. Bartók, antes de los años 30, salió a grabar a la gente de los pueblos para registrar esa creación popular y colectiva, casi infinita, anónima y sin derechos de autor, que es el folklore. Encontró de todo, encontró formas que no se encontraban ya en la llamada música culta (si es que en algún momento se llegaron a encontrar ahí, algunas sí y otras no: ¿quién decidirá eso? ¿los señores con barba y mallas?), ritmos complejos, armonías extrañas, contrapuntos muy locos… Y todo ese material que recopiló lo estudió, lo procesó, perdió unas cuantas maletas repletas de él cuando los nazis entraron en Hungría y él tuvo que escapar a los Estados Unidos por haber pertenecido en algún momento al partido comunista, creo (no tengo Internet para comprobarlo pero me leí un par de biografías sobre su vida hace más de 10 años, no recuerdo de quién) y, lo más valioso, para mí y para muchos otros, es que partiendo de ese material creó su propia música, una música moderna que, para los que no conozcan a Bartók y estén comenzando a poner cara de escepticismo, en muchos casos no recuerda para nada a las danzas y coros húngaros, sino que se sitúa en la vanguardia de comienzos del siglo XX de un modo absolutamente personal.

Por cierto que no fue el único folklorista que se dedicó a investigar lo que pasaba por los pueblos húngaros. Nuestra traductora de español en Budapest, Imola, nos explicó que su madre fue una de ellas. No quiero apartarme mucho del tema pero, por lo visto, encontró a una mujer en Transilvania que escribió la tercera parte de la Biblia. Si la primera parte, el Antiguo Testamento, es la del Padre, Yahvé, y la segunda, el Nuevo Testamento, la del hijo, Jesús, ella escribió la parte que falta, la del Espíritu Santo y eso dio pie a una comunidad de simpáticos herejes que la siguió en esos pueblos recónditos y que se dedicaron a hacer el bien solidario en una zona donde hasta hace poco aún trabajaban la tierra con arados. Ay, el Imperio Austrohúngaro. Pero volvamos a Bartók.

El Mikrokosmos de Béla Bartók es una obra de seis volúmenes concebida como un método pedagógico para enseñar a uno de sus hijos a tocar el piano moderno desde el nivel cero hasta un nivel de virtuosismo bastante elevado. Por lo visto, según explica su propio hijo, Bartók escribía en un momento las primeras piezas sencillas incluídas en ese libro, delante del alumno, su propio hijo, y a continuación se las enseñaba a tocar. Mikrokosmos te enseña a tocar el piano, pero te enseña a la manera de Bartók, es decir, mientras aprendes a tocar también aprendes un sistema musical propio de Bartók con un lenguaje moderno en su momento que es un compendio del ecosistema creativo de Bartók en los años 30-40. Yo aprendí a tocar con el Mikrokosmos en los años 80 y me eduqué con él hasta los años 90, por en medio Anne Teresa de Keersmaeker creó para Rosas la pieza que ayer vi, que toma su nombre, aunque sólo en un principio dos pianistas interpretan algunas piezas del Mikrokosmos a dos pianos, luego también hay música de Bartók para dos pianos y uno de sus cuartetos de cuerda, pero lo que se interpreta en medio, con dos pianos también, es de Ligeti, otro tremendo compositor húngaro, que murió hace cinco años. Amo a Bartók, me he educado con él, me abrió la puerta a la música contemporánea y, de paso, al arte contemporáneo (es lo mismo) y es mi mayor conexión con Hungría, un país que abandono hoy después de vivir en él la última semana.

Anne Teresa de Keersmaeker también debe amar a Bartók, o al menos lo debió amar en su día, cuando creó esta pieza. No sé si los excelentes intérpretes de su compañía, con los que he compartido hotel y desayuno estos días, lo aman también, pero estoy seguro que quienes sí que lo aman son los músicos que actuaban ayer. Es una música de una interpretación en algunos casos muy compleja, no apta para todos los paladares. Ellos la interpretaron muy bien y creo que hay que amar esa música para interpretarla de esa manera, no creo que se metan en estos berenjenales pudiendo escoger. Aunque no tengo ni idea de nada de lo que escribo, por supuesto.

Pero estoy muy sorprendido. Bartók, después de 80 años, es muy curioso pero aguanta muy bien como creador de un lenguaje propio y contemporáneo (contemporáneo de los años 30-40 originariamente) pero la pieza de Anne Teresa de Kersmaker… me huele a cursi, por decirlo suavemente y sin faltarle el respeto a esta reconocida coreógrafa. Los intérpretes están obligados a dar giros y más giros, constantemente, no les está permitido caminar recto más de dos o tres pasos. A mí, siendo bruto, en relación a la música que utilizan, me recuerda más al ballet clásico que a un lenguaje innovador del siglo XX como lo es el de Bartók, teniendo en cuenta, además, que la creación de Bartók es 40 años anterior a la de Rosas, la compañía de Keersmaeker, no así lo que escuchamos de Ligeti, que juraría que es de los 70. Es como si no le hubiese pillado el punto a la música de Bartók. Lo hace parecer ridículo o pretencioso, cuando no toca. No me parece que capte su humor o sus juegos abstractos, conceptuales o, incluso, metafísicos, como en el movimiento lento del cuarteto número 4, que los magníficos músicos interpretan en la pieza. Es una especie de parodia sobre su música. Me parece una traición y me enervo. Luego me calmo y me digo, Rubén, relájate, es su propuesta, nada más que su propuesta. Está todo super trabajado, tampoco es la gran horterada, no le quites valor, no te comportes como los nazis que tanto criticas, simplemente «no te gusta», es sólo eso, «gusto», «estética». Pero luego me vuelvo a cabrear, porque pienso que Luis Cobos también nos presenta su propuesta sobre Beethoven y, aunque le guardemos algún respeto, al menos, no lo consideramos como un gran creador contemporáneo de prestigio. Pero eso no es culpa de Keersmaeker, ¿no? Eso es culpa de los que parten el bacalao, joder. ¿O algo tendrá que ver ella? ¿Es cómplice? ¿Está de parte de las fuerzas del mal? ¿Ahora va a resultar que me molesta por temas políticos? Pero hombre, Rubén, te vas muy pero que muy lejos. Anne Teresa de Keersmaeker no es ni mucho menos Luis Cobos, por Dios. Anne Teresa se lo curra y sus pupilos no digamos, eso merece un respeto muy gordo, pero en mi opinión es una lástima que no dejen en paz al pobre Bartók y lo utilicen de esta manera, ahora que está muerto y no puede dar su opinión sobre este tipo de coreografías. Si al menos se pitorrease de él, pero es peor, es un homenaje. Me da mucha pena. Pero ¿por qué? Aplicando la misma regla de tres, Sergi Fäustino no debería utilizar a Schubert en su f.r.a.n.z.p.e.t.e.r. ¿Habrá gente a quien le pase lo mismo en ese caso? Seguramente, aunque quiero pensar que, al menos en la última versión de f.r.an.z.p.e.t.e.r. hay que ser muy retorcido para no ver el respeto que se muestra por la persona y la obra de Schubert. Pero esto seguramente es una opinión más. ¿O no? Anne Teresa seguro que le tiene mucho respeto y amor a Bartók, ¿cómo dudarlo?. Es un horror, me toca los cojones que Rosas utilice a Bartók de esta manera, con sus cien mil giros tirabuzones para avanzar en línea recta, pero tampoco me creo en el derecho de criticarlo mucho porque me parece que en este mundo tiene que haber de todo, aunque me moleste tanto reconocimiento y honores a lo que no concuerda con mi particular sentido estético y ético, como a todo hijo de vecino. Se me queda cara de tonto una vez más, me enfado, me tomo una cerveza, me pego una siesta, escribo un mega rollaco y lo publico un mi blog porque tanta represión no puede ser buena (aunque publicar lo que a uno le viene a la cabeza a menudo sólo trae que problemas, con los amigos y con los enemigos).

Pero no seamos malos y dejemos la última palabra a Anne Teresa (ver vídeo), si ella no hubiese creado esta pieza en los 80 yo me hubiese dedicado a leer a Henry Miller en el avión y no hubiese dedicado todo este tiempo a darle vueltas a la estética de Bartók y a todos estos temas tan cruciales para el devenir del planeta y la Humanidad entera. En el fondo te lo agradezco, Anne Teresa. A ti, a Rosas, a los músicos y a los señores con barba y mallas que te han programado en Budapest. Muchas gracias a todos y no me hagáis mucho caso, que iba borracho.

Nota: todos los enlaces y demás elementos multimedia han sido añadidos con posterioridad a la escritura original de esta entrada, escrita rigurosamente y a pelo en Word, salvo algunas trampas (no fui capaz de escribir correctamente el apellido de Anne Teresa, lo reconozco).

Actualización (13/05/2011):
Bueno, mirándolo con algo más de distancia, pienso que algo tendrá que ver en todo esto que me haya educado con Bartók y no con Anne Teresa de Keersmaeker. No soy nada objetivo. Lo mismo que me pasa a mí con esta coreografía le debe pasar a mucha otra gente con la música de Bartók.