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Una mano en la cintura

Hace un par de semanas leía un artículo de Marc Roig en el que decía que de su paso por la facultad de antropología le había quedado claro que la tradición se puede reinventar (e inventar, directamente), que la sardana, los castellers o las calçotades eran una invención que no tenía más de cien años y que las Festes de la Mercè de Barcelona habían sido concebidas en los despachos municipales. Marc Roig es uno de los organizadores de Liminal, unas sesiones alrededor de un tema mutante que el martes de la semana pasada trajeron al Antic Teatre a la artista visual Irene Pérez y a la librera Amanda Cuesta (y antes comisaria y crítica de arte) para darle vueltas al tema propuesto: Ser madre hoy. Este fin de semana, como si quisieran darle la razón a Marc Roig, en el Antic se celebraban dos fiestas que me parecían planteadas desde el más puro surrealismo: la Festa Major de l’Antic Teatre y el Off Sant Jordi de Tardor. Puestos a celebrar, inventémonos las celebraciones. Invente su realidad aquí. Para allí que me fui.

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Salto temporal. El viernes por la noche, volvía yo ya del Antic Teatre después de la Festa de balls per salvar el món, un espectáculo de La Generació Feliç (y también de prolongar la parranda por el Casc Antic con unos amigos, que si hay que celebrar celebraremos hasta el día del Juicio Final, que parece acercarse cada día un poco más) y, al llegar a casa, leo en un artículo de David Sarabia en el diario.es que el recientemente fallecido Leonard Cohen estaba convencido de que los nazis habían sido derrotados gracias a una canción, La complainte du partisan (La canción del partisano), compuesta para animar a los franceses durante la ocupación nazi. Según cuenta David Sarabia en ese artículo, la canción se emitió por primera vez en Radio Londres, un canal de la BBC dedicado a la resistencia francesa, emitido en francés y realizado por franceses. Y añadía que, además de servir como propaganda y aliento para la Resistencia, Radio Londres llegó a emitir algún que otro mensaje codificado. Hitler, que sabía de estas cosas (véase Indiana Jones en busca del arca perdida o cualquiera de los cientos de documentales sobre nazis y ocultismo que emite el Canal Historia a todas horas), prohibió este tema como había prohibido antes La Marsellesa y como lo hubiese prohibido cualquier persona con criterio a quien le importase su propia supervivencia. Y la BBC, que vio que había tocado hueso, puso el tema como sintonía de apertura de las emisiones de Radio Londres. Resultado: Hitler se suicidó y los nazis perdieron la guerra. ¿Estaba loco el venerado Leonard Cohen por pensar que una canción pudo derrotar a los nazis? Si Hitler sabía de estas cosas, recordemos que Cohen pasó cinco años en el Tibet y se convirtió en monje budista, una elevada ocupación que le mantuvo en contacto con los misterios insondables de la vida hasta que, a la venerable edad de 75 años, tuvo que dejarlo por culpa de una asesora financiera que le chorró cinco millones de dólares empujándole de nuevo a la carretera para rehacer su fortuna a base de conciertos y algún que otro disco.

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