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El capitalista

Quiero ir a ver a Norberto Llopis y Paz Rojo, que presentan El capitalista en el ciclo Idiorritmias del MACBA. Llego con bastante tiempo de antelación. Para entrar a verles a La Capella del MACBA leo en la puerta que tengo que ir a comprar la entrada al edificio Meier. Voy para allá. Compro la entrada, que es barata, vale 5€ y con ella puedes ver dos performances: la de Itziar Okariz, Baron Ashler, a la que no me ha dado tiempo de llegar, y la que voy a ver. Con la entrada, el taquillero, un joven muy amable, me da un adhesivo del MACBA que me dice que tengo que colocarme sobre la ropa en lugar visible. Pero no me lo coloco todavía. Me fastidia un poco, no veo la necesidad y ya sé de otras ocasiones que el adhesivo no se adhiere bien a la chaqueta impermeable que llevo. Me voy a fumar un cigarrillo para hacer tiempo, sentado en la rampa del MACBA, viendo a los skaters practicando sus trucos. Me llama la atención una chica que lleva unos auriculares (me pregunto qué escuchará) y que intenta una y otra vez sin éxito darle con el pie al monopatín con el objetivo de que su monopatín dé un doble mortal para que ella lo recoja con la misma pierna y lo coloque en el mismo sitio de donde ha salido y en la misma posición. A veces, el poco éxito que tiene parece no importarle pero otras veces se pilla un cabreo monumental. Levanto la mirada y desde mi posición veo a gente conocida que va al mismo sitio que yo. Me da pereza atravesar toda la plaza para saludarlos, así que sigo fumando y rechazando las cervezas que me ofrece un vendedor ambulante hasta que se me acaba el cigarrillo y decido no alargar más la espera. Me coloco el dichoso adhesivo, cruzo la plaza y entro en La Capella. Como no franqueo la puerta, porque pierdo unos segundos en desplazarme hacia la papelera que veo a mi lado para tirar el papel que sobra del adhesivo, una trabajadora del MACBA me dice que adelante, que ya puedo pasar. Supongo que quiere decir: he visto que llevas el adhesivo correcto, por tanto no hace falta que me muestres la entrada. Le doy las gracias y entro. A pesar de que quedan solo cinco minutos para comenzar, apenas hay público en las gradas. Rápidamente pienso que eso no puede ser, que deben de estar en otra parte. Atravieso el espacio, paso los baños y, efectivamente, encuentro un bar interior donde está todo el mundo bebiendo cerveza. Saludo a un puñado de gente conocida que me invitan a la cerveza que beben informándome de que es gratis por cortesía de una de las dos empresas cerveceras de Barcelona que compiten por patrocinar este tipo de eventos. Calculo rápidamente: 5€ por dos performances (aunque yo ya me he perdido una) y barra libre de cervezas no está nada mal. En seguida pienso: podría ser entrada gratis y que cada uno se pague la cerveza, si quiere. Al que no quiere beber le saldría más barato. Luego pienso que todos estos pensamientos son producto de la incertidumbre económica en la que vivo y el entrenamiento en cálculo mental que realizo a diario para sobrevivir en esta jungla. Pero inmediatamente pienso que, más o menos, la mayoría de los que estamos ahí vivimos en una incertidumbre económica similar. Excepto, quizá, los organizadores del evento. Vaya usted a saber. No quiero dejarme llevar por prejuicios. Igual, ni ellos. Todo el mundo cree que su vecino está mejor que él. Con este ánimo, no sé si inducido por el título de la pieza que voy a ver, y con la sensación de haber llegado a misa en la iglesia del pueblo de tus padres, como recuerdo hace muchos años, y que algunos feligreses, al saludarte, comenten tu vestimenta o el tiempo que hace que no te ven en misa, me dispongo a volver a la primera sala, que ahora ya está repleta de público, para ver lo que yo había venido a ver.

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