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En crudo

Esther Rodríguez-Barbero ensayando WE CAN DANCE en La Caldera. Foto publicada por La Caldera en Facebook.

El jueves pasado, La Caldera presentó su decimoquinta Càpsula de Creació en Cru, conducida por la artista residente Esther Rodríguez-Barbero. Estas cápsulas de creación en crudo están pensadas como un encuentro con los creadores residentes en La Caldera. Los creadores muestran algo de lo que se traen entre manos, de una manera informal, y luego comparten una conversación con el público en la terraza de la nueva sede de La Caldera, en lo que antes fue el cine Renoir Les Corts, acompañados de una copa de vino y algo para picar, cortesía de los organizadores. Desde febrero han participado en estas cápsulas abiertas al público creadoras y creadores (más creadoras que creadores) como Sandra Gómez y Santiago Ribelles, Quim Bigas Bassart, Iniciativa sexual femenina o Marina Colomina, creadoras que trabajan a partir del cuerpo. A finales de junio estuve en la presentación de Camping Glow, una investigación de Marina Colomina alrededor del arte conceptual, la performance y los objetos, que disfruté mucho. Y por eso volví el jueves pasado para ver en qué andaba Esther Rodríguez-Barbero, de quien ya nos había hablado Adán Hernández a su paso por el Leal.Lav de La Laguna.

Acceder a un trabajo en proceso siempre me parece estimulante. A veces suceden cosas que luego, cuando la pieza ya está vestidita y peinadita, se pierden por el camino. Que se pierdan por el camino también puede ser interesante pero si te gusta el despeinado es más fácil que lo encuentres en este tipo de muestras. Aunque despeinados, despeinados del todo, tampoco es fácil encontrarse a los trabajos en proceso porque, por mucho que hablemos de muestras informales, la mayoría de creadores peinan y acicalan sus trabajos un mínimo hasta el punto que a ellos les parece presentable. El punto exacto de cocción, como en los filetes de ternera, depende del gusto de cada uno, pero sobre todo también depende del punto en el que se encuentre el proceso de creación. Si te interesa la creación, porque tú también te dedicas a eso, porque estás estudiando o porque te gusta descubrir por dentro cómo funciona ese mundo, este tipo de presentaciones son un momento ideal para acercarte al trabajo de cada creador. Pero aunque no tengas demasiado interés en los entresijos de los procesos creativos puedes disfrutar del espectáculo como si fueses a ver una pieza acabada. Muchas veces uno no tiene ni por qué notar la diferencia. Si la escritura de un poema no se acaba sino que se abandona, lo mismo pasa con cualquier otro tipo de trabajo artístico o creativo. A veces, incluso, hay gente que disfruta más de un trabajo en proceso que de un trabajo completamente acabado. Los acabados, en ocasiones, dependen de lo que pida el contexto en el que se presentan y algunas de las normas no escritas de esos contextos no tienen por qué mejorar el resultado final desde el punto de vista de ciertas sensibilidades, incluso en el peor de los casos pueden estropearte el espectáculo. En cualquier caso, estas muestras de La Caldera no solo son gratis sino que cuando acaban te invitan a algo. Superad eso.

Puertas de acceso a las salas de La Caldera en el antiguo edificio del cine Renoir Les Corts. Foto extraída del Facebook de La Caldera.

Esther Rodríguez-Barbero presentó WE CAN DANCE, un proyecto que parte de la prohibición de bailar que existía hasta hace poco o sigue existiendo en algunos lugares tan dispares como Bruselas, Suecia, Nueva York, Japón o Irán. La propia Esther salió al encuentro del público, unas treinta personas, a la entrada de la sala, para contarnos cómo iba a ir la cosa. Al entrar encontramos un cuadrilátero en el suelo rodeado de sillas para el público. Ocupamos el espacio. De vez en cuando sonaba música electrónica, pero se cortaba rápido sin razón aparente (luego entendimos el por qué). Alrededor de ese cuadrilátero, en las esquinas, en algunos puntos, podíamos leer una serie de papeles esparcidos por el suelo con noticias que hablaban de casos como la bailarina iraní que ha tenido que refugiarse en un sótano cerrado al exterior para dar sus clases de danza (ilegal, en Irán). O bares de Bruselas donde no se puede bailar porque el permiso en forma de licencia para el bar es demasiado caro. Una licencia que el gobierno justifica para compensar los gastos que las consecuencias del baile comportan para el estado. Nos preguntamos qué consecuencias deben de ser esas. Parece claro que en algunas sociedades el baile se persigue siempre que desafíe el orden establecido. Unos bailes tradicionales perfectamente coreografiados no suelen ser vistos como una amenaza. A lo que le temen es al baile en libertad. O a la sensualidad del baile, en sociedades puritanas. A que la danza, los cuerpos en movimiento, incite al amor, o al sexo. Esther Rodríguez-Barbero baila, desplazándose poco a poco alrededor del cuadrilátero, con movimientos de piernas que pegan contra el suelo como el bombo a negras de la música tecno, como si ella estuviese escuchando esa música prohibida (porque incita al baile), mientras nos cuenta (a medida que va pasando el tiempo, ya casi sin aliento) algunas de estas historias sobre la censura del baile. Historias actuales. Cuando Esther entra por fin dentro del cuadrilátero la música suena. Allí Esther baila a placer hasta que abandona la sala y nos invita a hacer uso del dispositivo y convertir el solo en una pista de baile. Algunos del público, tímidamente, se levantan para entrar al cuadrilátero y probar sus límites. Cuando pisas dentro la música suena. Si sales del cuadrilátero vuelve el silencio.

Publicado originalmente en Teatron.