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Carta a Jonas Mekas desde el Sâlmon< (II)

Querido Jonas Mekas,

me hubiese gustado escribirte antes pero me lié con la vida. Entre la vida y este festival desde el que te escribo, no doy abasto. El primer día de festival, al menos mi primer día, fui a ver unas películas al cine Zumzeig, que es un cine muy pequeño que está cerca de Plaza Espanya. El festival no va de cine, no te creas, va de “danza, performance y artes vivas contemporáneas”, según la organización. Yo ya no sé qué quieren decir todas esas etiquetas, la verdad. Cada uno las utiliza como le da la gana, según la ocasión, la época, las tendencias, las políticas culturales del momento y, en definitiva, lo que diga la burocracia de quien suelta la pasta. El caso es que fui a ver cine, que yo diría que no pertenece a ninguna de esas categorías, un detalle que, como comprenderás, a mí me da exactamente igual. Lo que vi fue un programa triple. Tres películas de Guy Sherwin, igual le conoces. Mientras esperaba a que comenzase me comí una empanadilla y me tomé una copa de vino, en el mismo bar del Zumzeig, y aproveché para leer el programa de mano. Lo que entendí es que esas tres películas eran un poco algunas de las caras B de su autor. Las más famosas las proyectaron el día anterior. No conocía a Guy Sherwin, la verdad. Es un hombre mayor que lleva desde los setenta en esto. Sus pelis eran bastante experimentales, por eso supongo que tú sí que le conocerás. Parece que lo que le interesa, sobre todo, es el propio formato cinematográfico. Sus películas ponen de relieve el propio material con el que se construyen las películas: el celuloide, el grano, la luz, cosas así. Me dormí un poco al principio de la proyección porque iba muy cansado. He estado enfermo, como media Barcelona, y aún me estaba recuperando. Pero, después de una cabezadita, remonté. Las pelis las presentó su hija, una niña aún, disfrazada no sé muy bien de qué. Después de la proyección el propio Guy Sherwin estuvo charlando con el público. Guy dijo que le habían comentado que por aquí no somos muy dados a hacer preguntas y a hablar, en general, en los coloquios, pero al salir afuera lo que se comentaba es que lo que pasa es que no todos nos desenvolvemos con soltura en inglés. Tú nos entenderás, que eres lituano y tuviste que aprender inglés al llegar a Nueva York. Hay gente que da por hecho que todo el planeta habla en el idioma del imperio pero eso no es así, amigos, y es un poco chungo darlo por hecho, como tampoco se puede dar por hecho que te van a entender en latín o en esperanto, vayas a donde vayas. En todo caso, como queriendo contradecir esta teoría, en el coloquio se habló y se preguntó bastante, en un inglés más que correcto.

Al día siguiente, Guy Sherwin daba un taller en la Fabra i Coats, que es lo que los burócratas llaman una fábrica de creación, como el Graner, otra fábrica de creación de donde sale la organización de este festival. Fábrica y creación, Jonas, date cuenta. Sí, yo también me parto de la risa. Normal. No se me ocurren términos más opuestos. No creo que sea un homenaje a la Factory de Andy Warhol. Pero, a fuerza de repetirlo una y otra vez, un día de estos ya ni nos daremos cuenta del contrasentido, de la propaganda, de la ideología implícita que nos están intentando inocular utilizando esas dos palabras para referirse a esos centros del Ayuntamiento donde muchos de los artistas de Barcelona se agolpan para implorar que les cedan un espacio para crear. Pagando, por cierto. Hay tanta cola y tan poco espacio que las fábricas no aceptan ni un diez por ciento de las solicitudes. Debe de ser el único tipo de fábrica que, en vez de pagar a sus trabajadores, piden que les pagues a los dueños de la fábrica para que te dejen ir a trabajar. Hace años, en donde ahora están esas fábricas había fábricas de verdad, abandonadas por sus propietarios originales, que los artistas comenzaron a utilizar como les dio la gana. Fue un momento bonito de la ciudad. No habían reglas. En esos espacios se respiraba libertad. Pero luego el Ayuntamiento los fue echando a todos. Decían que lo iban a arreglar todo, que lo pondrían bonito y luego se lo devolverían a los artistas. Lo que no dijeron es que no iba a haber espacio para todos, que les iban a seleccionar en base a proyectos escritos, convocatorias, comités de selección, criterios que alguien decidiría por ellos y, finalmente, que si tenían suerte de ser seleccionados, les iban a hacer pagar.

Sí, claro que es una estafa, Jonas. Hace años que los artistas de esta ciudad reclaman que eso cambie pero van cambiando los que gobiernan la ciudad y nada cambia. El domingo, en el Antic Teatre, se celebró un encuentro al que se invitó a los responsables de la política cultural de los ayuntamientos de Madrid, Valencia y Barcelona, tres ciudades cuyo ayuntamiento ha cambiado de manos en los últimos años y que ahora gobiernan candidaturas ciudadanas que provienen del movimiento del 15M, ya sabes, como los de vuestro Occupy Wall Street. En Madrid y Valencia parece que ha habido algunos cambios. Se habla sobre todo de Madrid: nuevos centros culturales dedicados a la creación contemporánea y ayudas económicas para los creadores, básicamente. No será la panacea pero se nota cierta ilusión. En cambio, en Barcelona, todos los afectados están de acuerdo en que estos últimos años han sido un desastre absoluto. El Antic Teatre se llenó hasta la bandera, en ese encuentro. A mí me aburre ya el tema, soberanamente, porque, visto lo visto, he perdido cualquier tipo de confianza en estos políticos pero fui igual porque si no Semolina Tomic, la directora del Antic, me mata. Hay gente que piensa, como ella, que debemos seguir intentándolo una y otra vez, por tierra, mar y aire. Yo preferiría dedicarme a la vida porque siento que toda esta peña, mientras nos toma el pelo, se nos lleva, nos chupa toda la energía y, sinceramente, lo importante no son ellos sino aquello a lo que ellos deberían estar sirviendo y que nosotros descuidamos si les seguimos el rollo. Pero, en fin, el resumen de ese sarao fue lo que dijo Tomàs Aragay, uno de los creadores que empezó trabajando en la ciudad y que hace unos años decidió irse a vivir al campo. Dijo que le daba la impresión de que los representantes de Madrid y Valencia hablaban de temas concretos y prácticos mientras que los de Barcelona se movían, una vez más, en un plano abstracto conceptual que no consigue aterrizar jamás. Da la impresión, decía, que el entramado cultural de Barcelona se creó en los noventa y ya nunca más se ha vuelto a tocar, como si hubiésemos llegado al fin de los tiempos. Y parece, continuaba, que exista todo un sistema de espejos con el que unos y otros se vigilan para que no se produzca el más mínimo movimiento que pueda poner en riesgo la estabilidad y la inmutabilidad de ese anquilosado sistema. Pienso que tiene toda la razón. No sé, por ejemplo, se convocan concursos para dirigir esas fábricas de creación, como la propia Fabra i Coats, y las bases de esos concursos impiden que se presente nadie que no tenga más de tres años de experiencia en funcionariado o gestión de grandes instituciones. ¿Así cómo van a cambiar las cosas?

Lo peor de todo esto es que nos pasamos el día hablando de política y economía y, mientras tanto, la vida pasa y lo que nos gusta, como por ejemplo el arte, hay que dejarlo para otra ocasión, como me está pasando a mí en esta carta. A todos estos que dirigen festivales, fábricas de creación, políticas culturales, les pasa lo mismo pero aún peor: yo no sé si se acuerdan ya de a qué se tendrían que estar dedicando. No sé si están más preocupados por el arte o por el ajedrez. El ajedrez de la burocracia y la táctica política. Y eso, a pesar de que todos disimulan, ya canta. Convendrás conmigo en que esta situación es triste. También supongo que estarás de acuerdo en que es por eso que, más que nunca, hay que bailar y cantar con nuestros amigos, todo lo que podamos. Para celebrar la vida antes de que nos entierren (en vida).

A ver si saco tiempo para escribirte pronto.

Un abrazo enorme.