Hasta el viernes pasado no tenía ni idea de la existencia del Solar de la Puri pero ese mismo día descubrí que he pasado por al lado cuarenta mil veces porque ese solar se ve desde la rampa que sube desde el Institut del Teatre hasta el Mercat de les Flors. Desde el Solar de la Puri se ve perfectamente la rampa y la gente subiendo y bajando por ella, igual que desde la rampa se ve el Solar de la Puri y su hermosa vegetación. He leído en alguna parte que los indígenas americanos que vieron llegar las naves de los españoles en el siglo XV no se dieron cuenta de lo que estaba pasando porque eran incapaces de ver algo que nunca habían visto. Las veían allí al fondo, en el mar, pero no eran capaces de interpretar lo que estaban viendo, así que era como si no las viesen. Pues así me pasaba a mí porque he mirado a mi izquierda mil veces subiendo esa rampa pero nunca había visto el Solar de la Puri hasta el viernes. Lo comprendí todo cuando cambié de perspectiva al adentrarme en el solar el viernes a las siete y media de la tarde para asistir a la presentación de La Barrejada, un proyecto de Lina Ruiz, Columba Zavala y Raúl M. Candela con el apoyo de Adriano Galante e Ina Olavarria, realizado con el soporte de la beca Barcelona Producció de La Capella, en el que ha participado un montón de gente, más de cuarenta en varias sesiones.
Al Solar de la Puri se accede por una calle peatonal que parece de otro lugar, o al menos no de la Barcelona actual. ¿Por qué digo esto? No sé, vi a unos vecinos tomándose unos vinos sentados a una mesa que habían sacado enfrente de su portal. Eso ya casi no se ve. En la puerta del Solar de la Puri había ejemplares de una pequeña publicación, como de programa de mano. No me dio tiempo a leerla entonces pero la he leído ahora. Lo primero que he leído ha contestado la pregunta que me llevo haciendo desde que conocí el lugar: ¿pero de dónde sale el Solar de la Puri? Sobre todo porque lo primero que vi al entrar en el solar fueron los restos de una casa. A ver si será la casa de la Puri, pensé. Pero si alguien vivía aquí y tiraron su casa (eso entendí), ¿cómo es que se ha convertido en un solar? Si tiras una casa y expulsas a la gente que vive dentro será porque tienes una buena razón, ¿no? ¿Será para construir otra cosa? ¿O qué? La respuesta la encontré en este texto que describe el Solar de la Puri:
Expropiación para construir un parque y una residencia de estudiantes que encubría una operación de gentrificación en la Ciudad del Teatro. El solar resultante se ocupó y desde 2014 una comunidad cuida de un huerto y desarrolla una programación cultural. Distintos proyectos colectivos han desenterrado y rescatado la memoria del lugar. CCCBarri, Taller de ficció, Laboratorio Reversible y Visca la Puri han colaborado en la documentación y activación de rostros, saberes, cosechas, relatos y melodías que configuran la calle Purísima Concepción y el barrio del Poble sec.
Estuve en el solar de la Puri desde las siete y media hasta las once y pico. El lugar me pareció increíble. En un primer paseo introductorio me hice una primera idea de lo que allí había por explorar, de lo que La Barrejada había preparado para el público visitante. Había fotografías antiguas del barrio, una instalación donde sobresalían las sartenes mezcladas con otros utensilios de cocina y objetos diversos, una tele donde ponían un documental sobre la destrucción del barrio grabado en Super-8 en 2017 (aunque a veces parecía que estuvieses viendo una película antigua), una nevera en la que se invitaba a pegar recetas para compartir, un pucherito de palabras que goteaba como una fuente pequeños relatos impresos en papeles, una cocina improvisada donde estuvieron cocinando la olla barrejada tres horas por lo menos y que estaba microfonada para producir sonidos electrónicos, un bar donde servían agua de Jamaica y tapas sobre fresas a base de productos fermentados como el limón o la cebolla, otro lugar donde podías sentarte a escuchar por unos auriculares historias que los participantes en el proyecto habían contado durante una de las sesiones preparatorias, una pantalla donde proyectaban un documental sobre el desarrollo de esas sesiones (unas sesiones previas que en realidad eran el proyecto, más que su presentación final) y un panel donde habían colgado textos de los participantes.
Un decálogo colgado en forma de póster gigante decía lo siguiente:
- Intentar mezclar todos los ingredientes posibles para crear algo nuevo.
- Crear desde la frontera de los lenguajes del arte y la cocina.
- Pensar la cocina como un lenguaje artístico y a los lenguajes artísticos trabajarlos desde la cocina comunitaria.
- La escucha como primera forma de interacción.
- Desarticular la idea del chef / autor / artista y construir procesos colectivos.
- La improvisación como esencia del proceso colectivo, como una postura política frente a la hegemonía de las artes.
- Respirar el ambiente, oler la olla antes de accionar en la improvisación.
- Estar aquí y ahora, con todo el cuerpo presente en el momento de crear / improvisar: dar espacio para el acontecer de un ritual colectivo construido por todes.
- No analizar y crear al mismo tiempo (son procesos diferentes).
Me encontré con gente conocida sin haber quedado con ella. Pero también había mucha gente del barrio. Mientras veía la peli grabada en Super-8 un par de tipos sentados detrás de mí comentaban cada una de las imágenes porque conocían a cada una de las personas que salían retratadas. Si me dicen que eran compinches de los organizadores, contratados para añadir al documental una capa más de detalles en vivo, estoy dispuesto a creérmelo. Mientras se hacía de noche y esperábamos a que acabasen de cocinar la olla barrejada hablé con conocidos y con desconocidos que fueron a comprar cervezas y que me invitaron a una. Hablamos de temas banales (como que la cerveza Estrella Damm a todo el mundo le parece lo peor) y de temas muy profundos (como la amistad y el amor, sus combinaciones y la atención o no que se le presta en el arte), hablamos de que lo único que podemos envidiar de la huerta inglesa son sus fresas y algunos frutos rojos pero que en Barcelona es difícil concentrarse en trabajar cuando no llueve como en Inglaterra, cuando hace bueno y te puedes ir a la playa. Hablamos de los fracasos que se convierten en un éxito cuando aprendes a perder y de que no se sabe si vale la pena estar al caso de lo que tus coetáneos han creado artísticamente en el pasado reciente o si será mejor en algunos casos partir de una ignorancia inocente y liberadora.
Acabó todo con una performance en la que desde la zona de la cocina microfonada se recitaron textos procedentes del proceso de creación sin filtro mientras que se proyectaban imágenes contra uno de los muros con ayuda de un proyector de transparencias en el que de vez en cuando un niño iba pintando con un pincel al mismo tiempo que se le colocaban ramas y hojas encima. A esas horas estaba todo lleno de gente entre la cual había que hacer slalom para intentar ver algo, como en un concierto. ¿Era todo un poco naif? Ya no nos cabe un gramo más de cinismo y de ironía, pensé citando a la poeta.
Casi a las once hicimos cola para que nos sirvieran la olla barrejada que habían preparado. Parecía un ramen, solo faltaban los fideos. Le pusimos un huevo duro. Estaba deliciosa. Mientras la degustábamos pusieron música. Reconocí un tema de los mexicanos Afrodita. Sentados en la penumbra aquello parecía un chiringuito de verano en algún lugar exótico. Nos dijeron que los que llevan el solar no le hacen mucha propaganda para que no se llene de peña. Así que no lo vayáis contando mucho por ahí.
Fotografías: Edu Pedrocchi
Texto: Rubén Ramos Nogueira