La semana pasada, en la rueda de prensa de celebración de los veinte años del Antic Teatre, Ada Colau anunció que el Ayuntamiento de Barcelona comprará el edificio del Antic para asegurar la supervivencia de este espacio fundamental en el ecosistema de las artes en vivo barcelonesas. Si no existiese el Antic en Barcelona seguramente nos quedaríamos sin ver un montón de propuestas escénicas que desgraciadamente no tienen fácil cabida en ningún otro lugar (por cierto, nos preguntamos por qué).
El principal peligro para la supervivencia del Antic es que el propietario del edificio amenaza desde hace años con multiplicar por seis el actual alquiler. Es decir, una vez más la especulación inmobiliaria, el desproporcionado precio de la vivienda en las grandes ciudades, es la principal causa del problema.
Si pudiéramos permitirnos nuestros propios espacios ¿cómo cambiaría esto el panorama artístico? Si pudiéramos pagar un precio razonable por nuestras propias viviendas ¿cómo cambiaría esto el panorama artístico? Por no hablar de ¿cómo cambiaría nuestras vidas laborales? ¿Y nuestras vidas en general?
Ada Colau dijo en esa rueda de prensa que esta semana iniciarían los trámites para declarar al Antic bien de interés cultural de la ciudad. Eso permitirá que, si no se llega a un acuerdo con el propietario, el Ayuntamiento pueda expropiar el edificio. La votación del pleno del Ayuntamiento para que el Antic sea de titularidad pública ha salido adelante esta semana. Según Ada Colau, la titularidad pública no implicará una homogeneización sino que debería permitir que la identidad y la independencia del Antic se mantengan intactas. El estado debería permitir y facilitar la cultura y no imponerla. Algo así dijo Ada Colau en la rueda de prensa. Estaremos alerta para que se cumplan esos buenos propósitos, contestaron algunos de los presentes. Pero toda la gente congregada aplaudió a rabiar.
Porque parece una buena noticia. Parece que cuando las administraciones públicas quieren pueden arreglar cosas, mejorar nuestras condiciones materiales. ¿Por qué no lo harán más a menudo? Se acabarían un montón de problemas.
En esa línea el Gobierno de España, a través de Yolanda Díaz y Miquel Iceta, anunció la semana pasada una ley que debería desarrollar algunos de los puntos del Estatuto del artista. En concreto, la medida estrella anunciada fue la mejora en el paro de los artistas. Al leer la prensa pasamos de la emoción de recibir la noticia de que el sistema de intermitencia francés estaba a punto de aterrizar en España al estupor de constatar que no era para tanto y que, además, sólo servirá a los trabajadores por cuenta ajena, por los que nos alegramos sinceramente.
Pero ¿qué pasa con los trabajadores por cuenta propia? En el circuito de las artes en vivo apenas conocemos casos de trabajadores por cuenta ajena, qué casualidad. Todo el mundo es autónomo. Es que hasta las propias administraciones públicas, en los espacios de las cuales trabajamos a menudo, nos exigen que seamos autónomos o empresas. No te contratan como asalariado y te dan de alta en la Seguridad Social para un bolo ni para una residencia de creación ni para una ayuda a la creación ni para una beca de investigación ni para dar un taller ni para crear obra ni para nada que se le parezca, es decir, para nada de lo que nos proporciona nuestros ingresos profesionales.
Entonces, ¿qué nos está diciendo esta nueva ley? ¿Que para trabajar en el mundo de arte hay que pasarse a lo que se conoce como la industria cultural, donde imaginamos que sí pondrán en nómina a los trabajadores? ¿Que la gente que se dedica a la creación artística independiente no merece ser cuidada por el estado a no ser que se ponga a trabajar para los que sí manejan la pasta? ¿Que si lo que quieres es ser un performer deberías pedirle trabajo a la Shakira de turno (que, por cierto, debe una pasta a Hacienda)? ¿Que el único trabajo que merece ser apoyado es el que te subordina a un empresario?
¿Quién puede dedicarse a la creación independiente, entonces? ¿Sólo los ricos? ¿Los que no tienen que preocuparse por pagar el alquiler? ¿Los que han heredado su vivienda de una familia con dinero? El resto, a trabajar para los que sí manejan los recursos. Así, ¿cómo va a cambiar el panorama artístico? ¿Cómo se van a oír las voces de los que no están forrados? ¿O los gobiernos lo que tratan es de que eso no cambie nunca y siga así para siempre? ¿Los gobiernos presuntamente de izquierdas también buscan eso? ¿Qué les costaría ayudar a los creadores independientes, los autónomos, de la misma manera que ayudan a los asalariados? ¿Y por qué no lo hacen? ¿Nos ven como una amenaza? Nos tratan como al enemigo. No, al enemigo, a los que manejan la pasta, los tratan mucho mejor. Sería más justo decir que nos tratan como si fuésemos el enemigo.
Leyendo a Jonas Mekas en Destellos de belleza, un libro publicado en castellano recientemente por Caja negra, me he enterado de cómo consiguieron salir adelante proyectos independientes fundados por Mekas (que llegó a Estados Unidos desde Lituania vía campo de concentración nazi, pobre como una rata), como la revista Film Culture o el Anthology Film Archives, en los años sesenta en Nueva York. Un día, Jonas Mekas quedó con el también cineasta Jerome Hill para conocerle y pedirle una colaboración para su revista. Jerome Hill se interesó por cómo le iban las cosas a la revista. Mekas le dijo que debían un montón de dinero a la imprenta, que los había denunciado por esa deuda. Jerome Hill le preguntó cuánto dinero debían. Mekas le dio la cifra. Jerome Hill se giró y le dijo a su secretaria que le diese un talón por ese importe. Lo firmó y se lo entregó. Por aquel entonces, Jonas Mekas pasaba hambre. Jerome Hill le dijo que podía ir a su restaurante preferido cuando quisiese, que él pagaría las facturas. Más tarde les dio dinero para crear unas becas para cineastas que también pasaban apuros económicos. Cada año Jonas Mekas le pasaba una lista de una docena de cineastas y la fundación de Jerome Hill les daba a cada cineasta el equivalente a lo que costaba un alquiler medio cada mes. También les cedió unos terrenos en Florida, que vendieron para comprar el actual edificio que es la sede de los Anthology Film Archives. En el libro de Mekas se cuenta cómo Jerome Hill también fue clave para asegurar la supervivencia de la revista francesa Cahiers du Cinéma, la cuna de la Nouvelle Vague.
Todo eso, Jerome Hill lo pudo hacer porque su familia se había hecho rica construyendo la red de ferrocarriles de Estados Unidos. Mekas comenta la calma que transmitía Jerome Hill en cualquier circunstancia. Sin pretender quitarle méritos a Jerome Hill supongo que estar respaldado por tal fortuna económica debe de dar mucha tranquilidad.
Últimamente me encomiendo a menudo a San Jerome Hill pero me gustaría más no tener que encomendarme a un señor riquísimo, por muy bien que me caiga, para seguir trabajando en todas esas cosas de la “cultura”, como la llaman los gobiernos, para que no sean coto exclusivo de una élite económica sino que el estado las cuide, en la medida de lo posible, como cuida el resto de las cosas de las que se ocupa. Ni más ni menos.
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