Notas que patinan #121: Diversión obligatoria

Diversión obligatoria. Así se llama la nueva pieza en la que está trabajando Júlia Barbany Arimany para su estreno en la próxima edición del festival TNT en septiembre. Diversión obligatoria es una coproducción del festival TNT con el Antic Teatre que se ha ido cociendo a fuego lento en el Graner de Barcelona, en La infinita de L’Hospitalet y próximamente en el nyamnyam de Mieres, en la Garrotxa, un buen puñado de lugares donde se cocinan muchos de los platos que acabamos degustando tarde o temprano para seguir calentando el alma cuando viene el frío y refrescándola cuando llega el verano. Júlia Barbany forma parte de Las Huecas, un colectivo que últimamente se expande en diferentes direcciones, y, como el resto de sus componentes, desarrolla sus propios proyectos paralelos, como su Official Presentation of the Gadgets for our Salvation, el último que sepamos, del que ya hablamos aquí hace un año y medio cuando se presentó en el Antic Teatre después de haber pasado por los IN de La Poderosa, otro de los centros imprescindibles del entramado de las artes vivas (¿las seguimos llamando así o ya cansa?) en Catalunya.

El jueves pasado, Júlia Barbany presentó a puerta cerrada en La infinita, para un público reducido, la primera aproximación a Diversión obligatoria. La última vez que vi un trabajo escénico en La infinita fue justo hace dos años, en la primera presentación pública de Aquellas que no deben morir, de Las Huecas precisamente, que se acabó estrenando con tanto éxito en la última edición del TNT. Después del parón de la pandemia, La infinita, con cero ayudas de las administraciones públicas, de momento, vuelve a apostar con fuerza por ceder el espacio de la antigua fábrica de Hospitalet en la que tiene su sede a algunas de las gentes que intentan levantar sus proyectos artísticos en esta despiadada selva.

Lo que pudimos ver el jueves, unos cuarenta y cinco minutos, fue muy sugerente y a más de uno nos alegró el día. En palabras de Júlia Barbany, en Diversión obligatoria, el humor se ha roto; la estructura del chiste se ha visto alterada; y las palabras, sonidos y movimientos se han dislocado. En este mundo de sombras, un personaje lucha entre la depresión y la diversión. Partiendo de una investigación sobre el humor, el título hace referencia a “mandatory fun”, una estrategia que supuestamente mejora el rendimiento de una empresa a partir de actividades que evocan una diversión pretendidamente espontánea entre los trabajadores. El “mandatory fun” se convierte en el retrato de una generación deprimida que se mantiene en la autoparodia como estrategia de supervivencia. La nueva era del posthumor en las redes entiende la existencia desde el ridículo y nos da la bienvenida a la nueva dictadura del humor. ¿Cómo se vive secuestrado dentro de un chiste?

Júlia Barbany es una actriz excelente. Sin que pase prácticamente nada en escena, sin hablar, sin prácticamente moverse, es capaz de ponerse al público en el bolsillo, caracterizada con una nariz y una calva postizas y con el vestuario más cutre posible. Pero además de actriz es una creadora singular que se sitúa en un territorio límite entre el humor más ligero y una profundidad que parece que no esté ahí. Sola en la oficina, se dedica a limpiarla comportándose como una especie de Mr. Bean catalán y un poco drag queen con especial atención a todo lo escatológico. El contraste entre las canciones que sonaron (alguna grabada por ella misma), que apelaban a la alegría de vivir, y su actitud de derrotada de la vida era absolutamente patético y lanzaba un mensaje de la más agridulce crítica desesperanzada (pero que sorprendentemente hacía renacer nuestra esperanza) sin permitirse ni una alusión literal a lo mal que está todo. Todo era de una tragicomedia exagerada (pero contenida) hasta el final, cuando ya el público no podía aguantar más la risa. Y entonces se acabó.

A pesar de la economía de medios (ni siquiera había luces en escena más que la luz natural que entraba por los ventanales de La infinita), la escenografía estaba curradísima aun en su intencionada cutrez, un músico en escena, Petit ibèric, creaba música en directo coordinada con la acción (¿cuánto tiempo hacía que no veía eso?) y participaron hasta seis intérpretes más que intervinieron puntualmente, entre las cuales se encontraba otra de Las Huecas, Núria Coromines, además de Guillem Barbosa o Carolina Olivares, directora de La infinita junto a Jordi Colomer.

Después de este adelanto (espero no haber hecho ningún verdadero spoiler) creo que no me equivoco si digo que el sentir general, aparte del buen rollo que se generó, era de curiosidad por lo que aún está por llegar. Da para serie de televisión.

 

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Publicado en Teatron