Hace más de diez años un desconocido que parecía bastante informado me dijo que la jota era la base de todo, el origen de toda la música popular, blues, rock y pop incluidos. Todo. A pesar de cómo fue dicha esa afirmación (ahora os cuento) eso me dejó muy pensativo. Me parecía una locura pero, yo qué sé, a ver si el tipo iba a tener razón. Por aquella época yo iba casi cada fin de semana a acabar la noche al Big Bang, un bar del carrer d’en Botella de Barcelona, en el Barrio Chino, al ladito de la casa donde nació el escritor Manuel Vázquez Montalbán. El bar era propiedad de uno de los excomponentes del grupo De Kalle, un grupo heavy de versiones que tocaba en la Rambla de Canaletes, a la salida del metro, a principios de los noventa. La leyenda dice que con lo que ganó en la calle compró el Big Bang. Yo esa época del Big Bang no la conocí, llegué cuando Teddy KGB comenzó a trabajar allí sirviendo en la barra y poco a poco se fue apoderando del local con el permiso de su propietario. Teddy KGB era entonces un excelente pinchadiscos especializado en música anterior a los años cincuenta del siglo pasado. Cómo consiguió que un montón de gente joven acabásemos bailando en una diminuta pista al ritmo de esa música de la época de nuestros abuelos es algo difícil de entender pero que me hace creer en los milagros. En una de esas noches, apretujado en la pista como en una lata de sardinas, me encontré con un amigo que me presentó a otro colega. Ese colega, que diría que estaba borracho como una cuba, me gritó toda esa teoría de que la jota era la base de todo lo que ha venido después en la música moderna mientras seguramente bailábamos al son de The Big Bamboo, un tema de Mighty Panter que Teddy KGB pinchaba cada noche y que aún tiene el poder de ponerme de buen humor cada vez que lo escucho.
Me acordé de todo esto en el estreno de El movimiento involuntario de Lara Brown en una antigua nave industrial, L’Anònima, en La Fira Mediterrània de Manresa. La pieza me fascinó por varias razones. Una de ellas es que da la impresión de que Lara Brown, después de una larga investigación en la que ha realizado un trabajo de campo que la ha llevado a recorrer la Península Ibérica e incluso las Islas Canarias, ha llegado a la misma conclusión que aquel personaje desconocido con el que me crucé una vez en una pista de baile y al que jamás volví a ver. El movimiento involuntario, un solo de danza acompañado intermitentemente de la voz en off de su intérprete y creadora, se puede ver como un estudio ilustrado sobre la jota. Cuenta cosas maravillosas sobre el tema.
La jota tiene un origen muy antiguo. Mientras Lara Brown no para de bailar nos habla a través de la voz en off de casos documentados de mujeres que, en la Edad Media, se pusieron a bailar sin causa aparente durante días enteros y acabaron contagiando a cientos de personas. Algunas de esas personas incluso acabaron perdiendo la vida en el acto de bailar. Según la teoría que expone en la pieza sobre las razones de esos misteriosos arrebatos dancísticos sin razón aparente, si sometemos al cuerpo a un control excesivo, si todo lo que le permitimos moverse es únicamente en búsqueda de cierta utilidad, el cuerpo acaba rebelándose porque siente la necesidad imperiosa de moverse improductivamente, a lo loco, inútilmente, para compensar el equilibrio perdido.
La jota, por lo visto, tiene la característica de que se puede bailar como te dé la gana, según demuestran las diferentes versiones de la danza que se pueden encontrar en la Península Ibérica, en las Islas Canarias e incluso en Argentina, donde (no tenía ni idea) también se baila la jota. Lara Brown nos cuenta que en el siglo XIX los folcloristas intentaron poner orden en el asunto, clasificándola, catalogándola, normativizándola, lo mismo que, mucho más tarde, durante el franquismo se intentó controlar toda esa energía popular para domesticarla y utilizarla para sus propios fines. Igual que, en opinión de Lara Brown, seguimos haciendo ahora.
Pero lo que viene a decirnos es que la jota es otra cosa diferente de lo que se ha intentado que sea. La llamada jota viva, por ejemplo, no es un espectáculo en el que un grupo vestido de determinada manera estereotipada practica una coreografía ante un público pasivo sino que es gente bailando, todos mezclados, mientras suena la música. Igual que hacemos en una discoteca, igual que lo que hacíamos en el Big Bang al ritmo de lo que pinchaba Teddy KGB o en una rave donde la gente baila tecno. La jota no se puede bailar mal, igual que nadie puede decirte que estás bailando mal tecno. Esto es lo que nos dice Lara Brown mientras baila, a veces de una manera que recuerda a un baile más convencional, al ritmo de una música de jota, pero la mayoría del tiempo con una gran libertad, como una destilación que intuimos que se ha ido gestando a la par que su investigación, de una manera misteriosa, delicada a veces y casi violenta en otras, con referencias a otros estilos populares más modernos aparentemente muy alejados de la jota pero que igual están más cerca de lo que creíamos (¿será el reguetón la jota de nuestros tiempos?), como si su cuerpo nos estuviese hablando con un discurso a la misma altura del que escuchamos por los altavoces, tendiendo hacia el trance, en muchos momentos sin una coartada musical que la justifique.
Pero es que no se necesita ninguna coartada. Hay una coherencia interna en esta pieza difícil de explicar con palabras pero que seguramente tenga que ver con eso. ¿Qué tendrá que ver lo que baila Lara Brown con la jota?, podría preguntarse cualquiera que pasase por allí. Pues todo y nada. Todo porque si, después de investigar sobre el misterio de la jota has entendido algo de lo que se esconde en sus profundidades, si has captado la esencia, tiene todo el sentido que bailes con toda la libertad que te da la confianza de que, si tu amor es sincero, jamás podrás traicionar lo que amas mientras lo sigas amando, mientras seas fiel a lo que amas. Hay quien piensa que no es suficiente con ser honesto sino que además hay que parecerlo. Espero que a esa gente les vaya bien en la vida pero aún deseo con más fuerza que los que escogen amar sin preocuparse por las apariencias, los que no se preocupan por parecer sino por ser, los que creen haber entendido algo a través de la pasión, sean recompensados por la vida cuando elijan escoger el camino que aparece ante ellos sin preocuparse por el qué dirán.
Eso que algunos locos han practicado en cualquier época de la existencia humana, y que otros han querido controlar hasta desnaturalizarlo, seguramente porque es una energía dionisíaca súmamente liberadora y, por tanto, extremadamente poderosa, es lo que merece la pena recuperar. Y, si ponerlo encima de un escenario sirve para recordarnos que podemos elegir ese camino, pues ahora entiendo, otra vez, para qué sirve toda esta locura.
Publicado en Teatron