Cuando el sábado por la tarde Núria Guiu comenzaba su intervención dirigiéndose al numeroso público que ocupaba los asientos de la sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure (un asiento sí, otro no, por el protocolo antivirus) lo primero que hizo fue agradecer el hecho de haber sido invitada a cruzar al otro lado de la plaza porque donde según ella le hubiese tocado actuar, por su condición de bailarina, era en el Mercat de les Flors. La casa de la danza, dijo. Me alegro de que una coreógrafa y bailarina actúe en el Teatre Lliure sin que nadie se rasgue las vestiduras. Pero mucho podríamos discutir sobre todo esto (si conservásemos aún algún interés en discutir). Es posible que el Mercat de les Flors no fuese en su origen la casa de la danza sino más bien un espacio para las propuestas escénicas más vanguardistas de la época. Tampoco el Lliure estuvo siempre cerrado al resto de disciplinas más allá de lo que tradicionalmente se considera teatro. Hubo un tiempo en el que podías ir al Lliure a escuchar un concierto de la Orquestra de Cambra Teatre Lliure, que se dedicaba al repertorio del siglo XX, y también hubo otro tiempo en el que, aunque a cuentagotas, podías ir a ver propuestas muy variopintas de lo que ahora se llamaría artes en vivo o artes vivas, sobre todo en aquel ciclo que se llamaba Radicals Lliure, un nombre que no acababa de convencer a los propios interesados, un espacio que daba a veces la impresión de ser un poco una reserva india, una vez más, pero que alguien en su momento pronosticó que, a pesar de todo, echaríamos en falta en el futuro, como así fue durante años. Pero ya es que ni nos acordamos. Yo hacía años que no iba a ver nada al Lliure.
Pero las cosas han cambiado algo últimamente. El Lliure tiene una nueva dirección y se nota un cambio de rumbo que intenta volver a conectarse con cierta modernidad y con un público más joven (a primera vista no diría joven sino simplemente más joven). Todo dentro de un orden, da la impresión, como corresponde a una institución pública de los años veinte del siglo XXI, pero reconozcamos que es todo un avance. Quizá, con tanto retroceso (económico, social, en las libertades) como en muchos aspectos hemos vivido en los últimos años, por mucho que intentemos avanzar siempre nos quedamos por detrás del punto en el que lo dejamos hace décadas, supongo. Quizá por eso cualquier avance nos sepa a poco. Quizá por eso todo sea tan cansado, todo requiera tantos esfuerzos. Pero así es la vida, no me la he inventado yo.
Núria Guiu presentaba Likes (pieza estrenada en 2018 en la Sala Hiroshima) dentro de la segunda edición del ciclo Katharsis, dedicado a las conferencias performativas, una etiqueta que se ha ido posicionando en la última década para referirse a esas propuestas que, depende de cómo las mires, están a medio camino entre una charla o una conferencia y un trabajo escénico. Otro día, si quieren, hablamos de las etiquetas. Likes comienza con Núria Guiu en escena, vestida con ropa deportiva, esperando al público junto a una mesita con un ordenador y una pequeña mesa de luces, que ella misma manipulará luego. El inicio es la parte conferencia, hacia la mitad irá progresando hacia lo performativo.
En esa primera parte Núria Guiu se dirige al público para contarle el origen de la investigación que la condujo a lo que mostrará a continuación en escena. La historia parte de una asignatura del grado de Antropología que Núria Guiu cursa actualmente. En esa asignatura le propusieron hacer un trabajo sobre los líderes de prestigio. Ese asunto la acabó llevando a la economía digital del reconocimiento, esos botones de me gusta que actualmente encontramos por todas partes en el universo digital, esos botones canjeables por apoyo, reconocimiento, prestigio e incluso grandes sumas de dinero en función de la cantidad que uno sea capaz de acumular en el negocio de la economía de la atención en el que nos sumergimos últimamente cada vez que entramos en el ciberespacio, incluso sin darnos ni cuenta.
Pocos son los que actualmente consiguen vivir al margen de ese asunto. Como decía un venerable activista, ante la pregunta de sus jóvenes admiradores sobre si había que dejar de participar en las redes sociales controladas por siniestras corporaciones y siniestros personajes (la mayoría), si queremos hablar con la gente debemos ir a encontrarnos con ellos allá donde estén: la plaza del pueblo o la red social de turno. Núria Guiu ha ido a la plaza del pueblo virtual y allí ha encontrado el alimento que sustenta varias de las piezas en las que se ha embarcado en los últimos años. Allí ha encontrado, por ejemplo, fenómenos como el cover dance, vídeos en los que alguien lanza un paso de baile para que otros lo versionen. O la explosión de tutoriales de yoga mezclado con las más variopintas y bizarras disciplinas.
Núria Guiu, que también es profesora de Yoga Iyengar, lo que hace es juntar esas dos cosas (el yoga y los cover dance) y construir con ello una coreografía que nos mostrará a medida que va avanzando la pieza cuando, poco a poco, vaya abandonando sus explicaciones, e incluso cierto diálogo con el público, para concentrarse en una danza ejecutada con depurada precisión, acompañada de música pop, con la complicidad de un público que puede reconocer los ejemplos que se le han expuesto al inicio y, si está atento, captar cada uno de los irónicos guiños mientras observa cómo Núria Guiu utiliza ese material para llevarnos hasta un buscado subidón con todos los medios a su alcance, unos medios que ella misma manipula ante el público (focos e incluso máquina de humo), mientras se despoja de capas y capas de vestuario (cada una de ellas impregnada de connotaciones) hasta un límite que ningún algoritmo de Instagram podría soportar sin hacer uso de la censura.
Me atrevo a decir que Likes es una pieza deliberadamente ligera con un fondo diría que terrible, que utiliza las armas de lo que quizás sea uno de nuestros mayores enemigos no declarados ni más ni menos que como el común de los mortales las utiliza en su día a día: para conseguir unos likes (quien esté libre de pecado que tire la primera piedra). La pieza no pretende llevarnos de la manita hacia juicios éticos o morales, lo cual no suele ser lo más común cuando últimamente se abordan temas sociales o políticos. Pero llevo días dándole vueltas y creo que si aún sigo pensando en esta pieza con cierta incomodidad es, entre otras cosas que ya no caben aquí, porque aborda un tema de más calado que lo que la aparente ligereza de la pieza pueda transmitir en una primera impresión. Algunos dicen que quedan cinco años para la gran crisis del petróleo que puede acabar aniquilando el sistema socio-económico en el que vivimos, más o menos los años que otros dicen que quedan para que superemos la gran crisis del maldito virus. Cuando llegue el momento, si esos pronósticos agoreros se cumplen, me pregunto en qué invertiremos tantos likes, a dónde habrán ido a parar. Hagan juego, señoras y señores. Y, mientras tanto, con su permiso, vamos a bailar.
Publicado en Teatron.