Querido Jonas Mekas,
el jueves fui al CCCB a ver tu peli He Stands In a Desert Counting the Seconds of His Life. La proyección la organizaban los del Xcèntric. Te acordarás de ellos porque el año pasado les concediste una entrevista para un libro que publicaron ellos mismos. Bueno, y por más cosas seguramente, ellos dicen que, cuando comenzaron, tú mismo les contestabas a los correos electrónicos que os enviaban a los Anthology Film Archives.
La verdad, Jonas, te confieso que me costó decidirme a ir a ver tu peli. No por falta de ganas, tenía muchísimas ganas, sino porque últimamente me cuesta mucho encontrar un rato libre para saltarme el guión de la vida, que no estoy seguro de quién lo debe de estar escribiendo pero lo encuentro algo exigente. Pero es que además tu peli duraba dos horas y media. Pensé que siempre la podría ver en casa pero también pensé que no sería fácil volverla a ver en pantalla de cine y, aunque tengo un proyector en casa, verla en el cine siempre mola más. No lo pensé mucho. Cuando llegó la hora mis pies decidieron por mí y salí de casa pitando para llegar con tiempo porque intuí que se iba a petar. Y así fue. El auditorio del CCCB se llenó hasta arriba. Gente muy joven, sobre todo. Te lo digo porque me llamó la atención ver tanta gente joven, en este país de viejos. Supongo que también ayudaría el precio de la entrada: cuatro euros, o tres euros con carnet de biblioteca, que es lo que pagué yo. Así sí se puede. Como llegué pronto me dio tiempo a leer el programa de mano que escribió Gonzalo de Lucas. Luego, él también presentó la peli. Ya sólo por el programa de mano valió la pena ir. Me llamaron la atención varias cosas que leí ahí. Una es la cita de Mae West que sale en tu peli: Mantén un diario y el diario te mantendrá. Otra es que casi nadie imaginó en su día que tu cine sería perdurable (así se refieren a él en el programa de mano). También el tiempo que tardaste en aprender a dominar la cámara, que tú relacionabas también con lo que tardaste en liberarte de los estilos y los temas, de la directa imitación de los otros: muchos años, según tú, diez. Y, relacionado con esto, también me llamó poderosamente la atención que no sólo tardaste en controlar tu herramienta sino que necesitaste mucho tiempo para ganar confianza y seguridad en lo que estabas haciendo. Y, espérate, que además necesitaste ver las películas de Marie Menken para darte cuenta de que estabas bien encaminado, tomando notas sin sentido. Y que parece que el último empujón te lo dio Lillian Kiesler (la actriz, supongo) cuando te dijo, después de proyectar tu peli Walden en su casa, que no deberías sentirte mal por tus fotogramas nerviosos, que era tu carácter, que era a través de tu carácter que veías y filmabas lo que filmabas, y que no podrías huir de él. ¡Buah, cuántas cosas! Todo eso antes de proyectar tu peli.
Pero hablemos de tu peli. Me pareció una puta maravilla. Salí en éxtasis de la sala. ¿Pero por qué? Si no son más que retazos mal filmados de picnics, excursiones, comidas y cenas con tus amigos, cumpleaños, bodas, funerales, acompañados de extractos de música, la mayoría clásica, que a veces ni siquiera se oyen muy bien, y algunos textos breves que los separan con un aspecto bastante descuidado (seguro que en el año 85 ya podías habértelo currado más, estoy seguro de que algún colega te haría esa crítica, ¿a que sí?, como cuando ahora te dicen que eres un cutre porque no utilizas el último grito en efectos en Instagram). Bueno, vale, algunos de tus amigos se hicieron famosos: Andy Warhol, John Lennon, Yoko Ono… Tiene gracia ver a Miles Davis jugando a baloncesto con Lennon (ninguno de los dos tiene ni idea). Pero no es eso. No son tus amigos underground que se hicieron famosos, no creo. Porque muchos no sé quiénes son. Igual son famosos y no sé quiénes son pero los trabajadores de la fábrica de Pittsburgh seguro que no son gente famosa. Verles salir de la fábrica es un homenaje a los Lumière, si manejas ese tipo de referencias, pero es que, de por sí, mola. Solo hay que dejarse llevar, abandonar cualquier tipo de expectativa. Es como cuando paseas por Las Ramblas, que es mejor que el Youtube. Te dejas llevar. Y luego hay todo el rato, en tu interminable película (que por mí podría no haberse acabado nunca), un sentimiento latente: una alegría, unas ganas de vivir… Necesitaba ver la vida a través de tus ojos, igual que tú a través del objetivo de tu cámara, supongo, para limpiar mi mirada una vez más y volver a disfrutar del camino que me devolvió a mi casa después, caminando por las calles del Raval, de noche. Apreciamos tanto la belleza porque es decisiva para nuestra supervivencia. Eso dice el programa de mano que decíais Kubelka y tú en una conversación. Tu película me recuerda que hay que abandonarse a la belleza, que hay que celebrar la vida, y que la vida son esas pequeñas cosas, esas personas, esas situaciones, esos bailes, ese vino, ese pan lituano, a las que muchas veces no prestamos demasiada atención porque estamos preocupados por lo importante, justo lo que no nos hace felices.
¿Has decidido ya si te quedas ahí arriba o te vas a volver a reencarnar un día de estos? Me contaron que a Mozart le dieron a escoger y que decidió volver para abajo porque quería seguir haciendo música. Y que se reencarnó en un músico negro. Igual era Miles Davis, ¿te imaginas?
Bueno, ya me contarás, si tienes tiempo y te apetece.
Hasta pronto, Jonas.