Querido Jonas Mekas,
ayer estuve viendo Jura de bandera, de los Vértebro, en la Sala Ovidi Montllor del Mercat de les Flors. Me acordé de ti, de nuevo. Te diré por qué. Al principio, salió a escena Brigitte Vasallo. Estuvo hablando un rato, no mucho, suficiente para dejar claras un par de cosas. No sé si un par, es una forma de hablar. Brigitte habló del amor. Nos dijo que ella se dedica a investigar sobre el amor. Dijo que ella se mueve más en tarimas que en escenarios. En las tarimas da conferencias. Va a congresos, encuentros, donde otra gente como ella da charlas. Nos confesó que muchas veces ella no entiende muy bien de lo que hablan sus compañeros. Entiendo que no siempre los entienda. Nos dijo que las intervenciones a veces tienen unos títulos incomprensibles y manejan conceptos complejos y crípticos. Cuando le preguntan sobre qué investiga ella, y les responde que ella investiga sobre el amor, dice que suele hacerse un silencio incómodo y que la conversación ya no remonta. Ella cree que deberíamos pensar más sobre el amor. Yo también lo creo, desde hace mucho tiempo. Su visión sobre el amor es muy amplia, no solo se centra en el amor romántico ni en el poliamor y esos conceptos tan de moda en este momento (en tus tiempos era el amor libre, la revolución sexual y todo eso tan de hippies, tampoco ha cambiado tanto la cosa, Jonas). De hecho, me dio la impresión de que Brigitte Vasallo criticaba un poco las nuevas fórmulas que pretenden dotarnos de herramientas para manejar la complejidad del amor en nuestros tiempos simplificando un tema tan y tan complejo como el amor en sus múltiples manifestaciones, lo cual hace que esas herramientas tampoco nos sirvan demasiado. Y es que el amor es más complicado que la física cuántica, ¿no crees? Y más poderoso que las bombas atómicas. Pero para manejarlo hay que haber pasado todas las pantallas de la vida o haber nacido santo. Y ninguna de esas dos cosas es fácil de conseguir. Por otra parte el amor es completamente subversivo. Va contra la línea de flotación del capitalismo. Va contra la competición, el materialismo, el individualismo, el trabajo, el dinero, en definitiva, contra el sistema. ¿Y por qué pensé en ti? Pues porque, en su día, después de leerme las casi mil páginas que han caído en mis manos de tus múltiples y variados escritos, me sorprendió que no hablases casi nada de ese tema. Supuse que quizá fuese una cuestión generacional. Quizá es un tema que, en tu época, y por tu condición masculina, daba cierto pudor abordar. O, no sé, quizá te preocupaban más otras cuestiones. Puede que, cuando uno está huyendo de los nazis, el tema del amor haya que dejarlo aparcado. O, quizá, sí que hablabas de amor, constantemente, pero no del primer tipo de amor que nos viene a la cabeza cuando pensamos en el amor. En eso le doy la razón a Brigitte Vasallo, el amor está por todas partes y no es solo ese tipo de enfermedad, con síntomas que parecen anticipar la muerte, que padece uno cuando se enamora. No sé, Jonas, quizá cuando me adentre un poco más en tu obra me lleve alguna sorpresa.
Después de la intervención de Brigitte, muy interesante, muy fresca, bastante breve y, quizá por eso, muy contundente (a mí me dejó tocado por inesperada), Brigitte se fue por donde había venido y comenzaron a aparecer unos textos proyectados en una pantalla gigante. Los textos eran preguntas, como si se tratase de un cuestionario, sobre tus gustos y prácticas sexuales, tus opiniones políticas, cosas así. Pasaban de lo identitario, y de cierta dimensión pública, a lo personal, a lo íntimo. De fondo, sonaba una música casi imperceptible, como de hilo musical de consulta de dentista, que era una versión del himno de España, a cámara lenta. Casi ni te dabas cuenta de que estaba ahí pero ahí estaba. De vez en cuando, como si estuviésemos viendo la televisión, unos anuncios muy agresivos interrumpían el cuestionario. No es que los anuncios fuesen especialmente agresivos sino que los anuncios, en general, cada vez son más agresivos. Pero luego seguían las preguntas. En algún caso nos invitaron a posicionarnos levantándonos de nuestros asientos. No quise seguir el juego. Me pareció también muy agresivo. Pero tenía trampa. Si no te levantabas parecía que estabas respondiendo a la pregunta con un no. Noté que muchos de los que se levantaban lo hacían porque no querían que pareciese que respondían que no. Luchaban contra la vergüenza que les daba levantarse y la vergüenza que les daba que otros pensasen que no eran lo suficientemente modernos como para no responder afirmativamente a la pregunta, que era lo suficientemente personal como para resultar incómoda.
Que den por sentado que participarás en los juegos que proponen otros puede ser muy violento. El otro día, en la Fabra i Coats, al final de una performance de quince minutos que Javier Cruz y Fernando Gandasegui habían diseñado para pases individuales, me pidieron mi participación y les dije que preferiría no hacerlo, como Bartleby. Insistieron. Varias veces. Me mantuve en mis trece. Me sorprendió que me dijeran que había sido el único, de todos los pases (más de veinte), que me había negado a hacer lo que me pedían. Creo que somos muy obedientes. Yo estoy harto de que me digan lo que tengo que hacer. A mí la performance me pareció muy sugerente. Había una persona enmascarada al fondo de una habitación que se movía, como bailando, mientras una voz grabada contaba una historia sobre Bolivia, en un tono poético que me pareció hipnótico aunque no conseguí retener casi nada de lo que decía, como me suele pasar con las letras de las canciones. Era inquietante y fascinante al mismo tiempo. Pero no sé por qué pensaron que luego iba a querer hacer cualquier cosa que me pidiesen. Bueno, sí lo sé, porque estaba dentro de una jornada de talleres en los que la gente se supone que va a participar, a currar, a jugar, llámale como quieras, bajo la dirección de quien imparte el taller. Yo no tenía ganas de currar, por eso no me apunté a ningún taller. Un taller en una fábrica de creación, no sé si me entiendes. Sé que me entiendes, Jonas. Bueno, quiero pensar que al menos tú sí que me entiendes. Yo fui al final de la jornada y me encontré con un montón de gente que solo pronunciaba una palabra: cansancio. Yo ya estaba cansado antes de comenzar al día, así que preferí quedarme en casa hasta la tarde. ¿No has notado que últimamente todo el mundo está muy cansado todo el tiempo? Yo creo que es de tanto trabajar. No sé qué opinas tú.
Pero volvamos a lo de Vértebro. Tengo que confesarte que con tantas preguntas proyectadas me quedé dormido. Me noquearon. Era viernes por la noche, era tarde, las butacas eran muy confortables, se estaba calentito. Estaba cansado de tanta pregunta. Me dormí. Cuando me desperté, una impresora gigante colgada del techo escupía una bandera española infinita que se iba imprimiendo sobre un rollo de papel que parecía que no se iba a terminar nunca. Bueno, pensé, España, performance, el amor, el interrogatorio, los anuncios, el festival, España, performance, el amor.
Salí el primero de la sala porque era el que más cerca estaba de la puerta. Le dije adiós a uno de los acomodadores y abrí la puerta equivocada que daba al exterior. El acomodador intentó evitarlo gritándome: ¡noooo! Demasiado tarde. Sonó una alarma por todo el edificio. Me disculpé por haber infringido una norma más. Salí a la calle. Sonó un trueno, vi un relámpago, se levantó un temporal de viento huracanado. Caminé muy rápido. A los cinco minutos sentí un golpe en una cabina de lotería de la ONCE. No entendía nada. Inmediatamente comenzó a llover granizo. Me llovieron piedras encima. Una pedrada en toda regla. Duró poco. Conseguí salvarme.
Estoy cansado, Jonas. Después de lo de ayer he dormido once horas. Hoy debería irme a bailar y darlo todo. Pero antes iré a ver cómo bailan Oihana Altube, Arantxa Martínez, Jaime Llopis, Paz Rojo y Ricardo Santana. Por puro vicio.
Si sobrevivo a este fin de semana, te escribiré en cuanto encuentre un momento, Jonas.
Un abrazo.