Recuerdo la impresión que me produjo Escorzo, el solo de Bea Fernández, cuando lo vi hace quince años, en el año 2003, el año de su creación. Recuerdo que pensé que Bea Fernández era la mejor bailarina española del momento. Lo dije en público. Se lo dije a ella cuando tuve la oportunidad. Quizá hablar en esos términos era una exageración. Quizá lo que quería decir era que Bea Fernández era la mejor bailarina que había visto en mi vida. O una de las mejores, porque ya había comenzado a ver otras y otros que también me habían impactado. En realidad aún no había visto demasiado. Escorzo era lo último, me dejó totalmente fascinado y me animó a ver muchas otras piezas de otros tantos creadores y creadoras que compartían tiempo, lugar, cierta estética, cierta sensibilidad, cierto circuito, por aquel entonces. Era quince años más joven. Desde entonces he acumulado experiencias, he viajado, he conocido a muchos artistas, supongo que algo habré aprendido y también supongo que algo habré ido perdiendo por el camino. Afortunadamente aún conservo cierta capacidad para sorprenderme, para volverme a fascinar. Si no fuese así la nostalgia que siento en algunos momentos me parecería el principio del fin. Siento nostalgia hasta de épocas que ni siquiera he vivido. Tendría explicación si fuese un vampiro inmortal pero no es el caso. Igual son reminiscencias de vidas pasadas, quién sabe.
El domingo pasado, en La Caldera, la segunda sesión dedicada a la transmisión que Bea Fernández está realizando de su Escorzo en colaboración con Marina Colomina, casi veinte años más joven, comenzó con el visionado del vídeo del estreno de Escorzo en La Caldera, grabado en la sede antigua, en Gràcia. Lo vimos en pantalla de cine en una sala que hasta no hace tantos años era una sala de cine, la de los Renoir Les Corts, donde he pasado muchas horas de mi vida viendo películas en versión original. No es lo mismo un vídeo que una actuación en vivo, es cierto. Pero alabado sea el vídeo. Ese vídeo consiguió transportarme en el tiempo. Después de tantos años podría haber sido una experiencia decepcionante. Pero no. Era como lo recordaba: fascinante. Iba a escribir que también me resultó totalmente actual pero no estoy tan seguro de eso. Podría ser de ahora, sí. Pero nada se repite nunca exactamente. ¿Quién haría ahora algo así? Seguramente ni siquiera Bea Fernández. Está bien así. Pero si volviera a ver algo así, con esa energía, creo que volvería a fascinarme una y otra vez.
Hay un movimiento, aquí en mi cabeza, que me duerme. Hay lo que no hice ocupando superficie limpia en mi cabeza. Hay miedo e insatisfacciones continuas. Hay miedo a dormir. Hay que buscar motivos para despertar. Hay, perdida la fe, que pactar con el diablo para los próximos veinte años. Y hay que vivirlos entonces con fe envidiada.
Bea Fernández dice este texto en mitad de su Escorzo y, la verdad, ni siquiera recordaba que hablase en esta pieza. Quince años después me pareció una invocación profética.
El escorzo es un recurso de la pintura, del dibujo y de la fotografía que se utiliza para dar la sensación de profundidad. (…) El efecto existe en todos los cuerpos con volumen.
Eso dice la Wikipedia. Bea Fernández, en aquella época, trabajaba de vez en cuando como modelo en la Facultad de Bellas Artes. El trabajo se lo pasó Rosa Muñoz, compañera coreógrafa y bailarina. Carmelo Salazar, con quien Bea Fernández trabajaba en aquella época en la creación de Europea no es una puta, fue un día a grabar un vídeo de una sesión en la que Bea Fernández posaba desnuda, en movimiento, mientras los alumnos la pintaban. Después del vídeo del Escorzo original, en la sala donde Marina Colomina estaba a punto de actuar, vimos un extracto de esa sesión de pintura mientras Bea y Carmelo rememoraban y comentaban el contexto en el que se generó Escorzo. Bea Fernández dijo que en esas sesiones entraba en un estado similar a la meditación, entrando y saliendo de esas micro frases de movimiento que necesariamente debía improvisar continuamente durante una hora. Carmelo Salazar compartió con el público la fascinación que le produjo la sesión y añadió algo más: en esas sesiones todo era fácil, no como cuando entras en un estudio, a crear, y de pronto todo son complicaciones y obstáculos que uno mismo se pone.
Marina Colomina estudió Bellas Artes. Ella pintó a Bea Fernández en alguna de esas sesiones. Ahora, las dos trabajan juntas en darle una nueva vida a Escorzo. Marina Colomina nos mostró el trabajo en su actual fase de desarrollo. No es una recreación exacta, no se pretende eso. Marina Colomina encarna a la Bea Fernández de Escorzo, pero se apropia de aquella creación para luego insuflarle una nueva vida. El Escorzo de hace quince años se convierte en otra cosa, nueva, diferente. El material se recicla. Comienza siendo Bea Fernández y acaba siendo Marina Colomina. Dos bailarinas y creadoras muy diferentes, incluso desde el punto de vista del instrumento con el que trabajan, su propia constitución física, su cuerpo.
Después de la actuación de Marina Colomina hubo una breve charla con las dos creadoras moderada por Martí Sales, poeta, escritor, traductor y cantante de los Surfin Sirles, que en la época estaba aprendiendo a hacer de técnico de luces con Ana Rovira y que llegó a trabajar en uno de los bolos de Escorzo. Martí Sales comparó este trabajo de transmisión con el trabajo de un traductor. A diferencia de lo que pasa cuando se graba en vídeo una pieza escénica, en una traducción no se produce un cambio de formato: se traduce de texto a texto, de libro a libro, por ejemplo. ¿Pero cómo traducir una pieza creada y bailada por una persona hace quince años para que la pueda encarnar otra persona diferente? ¿Cuántas cosas hay que tener en cuenta? Es como si Yung Beef quisiese publicar una mixtape basada en un LP de Los Planetas. ¿Cómo sería eso?
Curiosamente, la sesión acabó con un vídeo de ocho minutos emitido por un programa de la televisión pública catalana de entonces, dedicado a la videodanza, en el que la propia Bea Fernández adaptó su Escorzo a este formato. Ya entonces Escorzo tuvo varias vidas.
Es interesante esta mirada hacia atrás en el tiempo. Fue una época en la que sucedieron muchas cosas que a mí me parecieron fascinantes. Es verdad, como escuché en la barra del bar de La Caldera más tarde, que nunca sucedieron más cosas que ahora. Hay maneras de trabajar que quizá hayan ido desapareciendo al mismo tiempo que nacen otras nuevas. Es más interesante aún que no se quede todo en la pura nostalgia sino que sirva de puente entre generaciones para, echando la vista atrás, seguir trabajando juntos en algo nuevo.
Publicado en Teatron