“Jo estic aquí per a que tot se’n vagi a la merda”. Esta frase de Roger Pelàez, lanzada como un escupitajo desde el escenario del Antic Teatre, podría ser el resumen de su actuación del martes pasado. Lo seguirá intentando, que todo se vaya a la mierda, el primer martes de cada mes. Esto no ha hecho más que empezar. De hecho, no hace más que continuar una labor de picapedrero que lleva a cabo desde hace años. El año pasado la temporada del Antic Teatre comenzó con él. Este año también. El objetivo que se ha propuesto da para muchas temporadas más porque todo se va a la mierda poco a poco pero hay que seguir empujando. Es una tarea infinita que no se puede acabar en un día. Mientras tanto, podemos escoger dos caminos (básicamente): el camino del llanto o el camino de la risa. El del llanto suele ser el habitual, el más transitado. Está bien llorar, es liberador, a veces es necesario, pero resulta un poco cansino. Si lloras mientras caminas enseguida te tienes que parar a un lado del camino, hecho polvo, para recuperar fuerzas. Pero la risa, la carcajada, mientras te cagas en todo, lo que te da es más fuerza, más ganas de seguir caminando. Y si caminas con tus colegas, aún más. Y si esa risa te la provoca una serie de conexiones cargadas de sorprendente inteligencia pero desprovistas de pedantería y llenas de actitud punk de barrio pues a muchos de nosotros nos puede porque conecta con algo dentro nuestro a lo que no estamos muy acostumbrados a que apelen, en los escenarios me refiero. Porque a mí lo que me recuerda lo que hace Roger Pelàez en el escenario es a ciertos colegas con los que me he reído hasta morir y luego resucitar, que es lo que suele pasar con la risa a muerte: que es tan poderosa que puede resucitar hasta a los muertos. Yo el martes llegué al Antic medio muerto pero salí como si hubiese visto a la Virgen María, ¡me cago en Dios! La risa es muy poderosa pero para que surja esa carcajada que crece en tu interior, en algún lugar de lo más profundo de ti que ya ni te acordabas de que existía, se necesita un espacio de libertad. Roger Pelàez se concede esa libertad cada vez que monta una de estas, igual que se la concede cuando dibuja sus cómics (no se pierdan el de El procès explicat als idiotes, por ejemplo) o cuando habla por la radio en el podcast Maximum clatellot. Esa libertad solo se consigue cuando desaparece el miedo. Y contra el miedo lo mejor es la risa. Así que es como una espiral de degradación, como cuando uno cae en las drogas, pero al revés: es uno de los caminos que llevan al cielo, por seguir con los símiles religiosos que los reaccionarios más casposos son incapaces de soportar. Pasolini defendía en sus artículos (lean sus Escritos Corsarios, por favor), poco antes de que lo asesinasen, que los años de fascismo en Italia no habían dejado ningún poso. Que la gente no había modificado sustancialmente su vida y su manera de ser por culpa del fascismo. Pero en cinco años, a finales de los sesenta, algo mucho peor que el fascismo, tal y como lo habían conocido, había conseguido cambiar por completo a toda la sociedad italiana (y me atrevo a decir que también la española y muchas otras en Europa): la sociedad de consumo. Y Pasolini decía que eso tenía consecuencias en el carácter de las personas. Antes de la llegada de la solución final, la sociedad de consumo, la gente quizá fuese pobre pero, según Pasolini, vivían alegres. Y ponía ejemplos como el del típico muchacho que repartía la leche de casa en casa, silbando y cantando, siempre con buen humor, quizá un humor simple, admitía Pasolini, pero que proporcionaba alegría. La sociedad de consumo lo que consiguió es que todo el mundo tuviese unos tejanos, una televisión y un coche pero dio como resultado una gente deprimida. Él no creía que eso fuese una casualidad y más de cuarenta años después, ahora que contemplamos el futuro que él solo pudo imaginar, yo tampoco creo que sea una coincidencia. Todo el mundo está muy serio, demasiado. Todo el mundo está agobiado. Por eso es tan importante lo que hace Roger Pelàez. Consigue reunirnos a cada vez más gente para reírnos de todo, de nosotros los primeros, sin que nada pueda escapar a un humor corrosivo, inteligente, despiadado y, lo más importante, liberador. Vamos a morir todos. No tardaremos mucho. Mientras esperamos en el corredor de la muerte podemos elegir morir en vida o partirnos el culo de todo mientras seguimos caminando juntos con el objetivo de enviarlo todo a la mierda y volver a empezar. Una y otra vez, amigos.