Estuve en el concierto de Yung Beef en el Apolo y sí, es cierto lo que se dice por ahí: fue uno de los mejores conciertos que he visto en mi vida. Y yo diría más: fue uno de los mejores espectáculos que he visto en mucho tiempo. Y llamarle espectáculo suena hasta feo. Una experiencia que guardaré para el recuerdo. Y no me extraña. El mes pasado vi la larguísima entrevista que Ernesto Castro le hizo a Yung Beef y flipé porque hacía años que no me sentía tan identificado con el discurso de un artista.
Excepto un puñado de amigos que también han visto esa entrevista y opinan como yo, es contar esta historia y la gente me mira raro, se ríen o directamente me tratan, explícita o implícitamente, de provocador. Pero no es provocación, es alegría por saber que no estoy solo y que aún quedan esperanzas. Ante tanto discurso vacío, políticamente correcto y plagado de palabros extraídos de las últimas tendencias que marca la moda (sí, la moda) de los artistas bienpensantes de turno, lo que dice Yung Beef en esa entrevista me parece aire fresco, sincero, inteligente y liberador. A algunos les parecerá curioso que eso lo haya tenido que encontrar en uno de los representantes del trap español. A mí me parece normal. Debo de llevar ya un par de años dando la vara a mis amigos con el trap, que a mí me parece el movimiento más emocionante que ha surgido por aquí en los últimos tiempos. Al principio muchos de mis amigos se reían de mí cuando hablaba del trap como el nuevo punk. Todo era desconfianza: ante su supuesto valor artístico, antes su supuesta falta de valores, que si el machismo de sus letras y sus vídeos (incluso en el caso de las artistas femeninas), que si la música no vale nada, que si soy yo que proyecto cosas donde no las hay, que si la mayoría de ellos son unos inconscientes que no se enteran de nada… En fin. Muchos de los que se metían conmigo por mi defensa a ultranza del trap como algo sincero, visceral, valioso, bello, emocionante, subversivo y profundamente conectado con el presente ahora son fans absolutos y ya no pueden escuchar otra cosa. Aún y así, me costó encontrar a alguien que me acompañase al concierto de Yung Beef en Apolo. Tanto como me costó encontrar a alguien que me acompañase al concierto de Benjamin Alard en el Palau de la Música Catalana, dos días antes. Se lo propuse a una docena de personas. En uno y otro caso nadie quiso o me pudo acompañar, así que fui solo a los dos conciertos. Estuve en el cielo y en el infierno en un lapso de dos días. Tanto en presencia de Dios como de Lucifer, puedo decir que fue maravilloso. Dionisíaco, en el caso de Yung Beef. Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien en el infierno. Lo echaba de menos.
Llegué a la sala grande del Apolo veinte minutos más tarde de que se abrieran puertas. Me encontré con gente muy joven, como era de esperar, pero también con peña que peina canas, como tiene que ser. Y en medio de la pista, una enorme jaula, rodeada de público que hacía difícil ver lo que había en su interior. Dentro estaba una dj, Brat Star, pinchando. Y más gente que no sé identificar. De vez en cuando alguien se subía a los barrotes como un mono enjaulado. Por un momento pensé que el concierto sería eso, que Yung Beef estaría en la jaula, que pincharían, la gente bailaría, bebería y fumaría a su alrededor y que eso sería todo. Y no hubiese estado mal un concierto instalado en ese anticlímax expectante. Yo estaba muy a gusto, pero la cosa no acabó ahí. De pronto, se apagan las luces y Yung Beef aparece encima de la jaula acompañado de Hakim, productor de La Vendición, el sello de Yung Beef, la Zowi, Kaydy Cain y toda esta peña. Detrás de ellos unos focos. Y ya está, fue suficiente para que todos nos volviésemos locos. Así de fácil. Y así de difícil sorprendernos porque, quien más y quien menos, ya hemos visto de todo. Pero hay que atreverse a hacer las cosas de otra manera para seguir emocionándonos. De pronto, ese par de gestos, la jaula, el subirse a la jaula y pasarse todo el concierto ahí, son suficientes para cambiar las reglas del juego y darse cuenta de que somos como borregos que no paramos de repetir gestos aprendidos y repetidos tantas veces sin cuestionarnos nunca nada hasta que, al final, por tan manoseados ya no nos sirven para nada.
Dice Yung Beef en esa entrevista que a él, en la vida real, no le interesan para nada los mitos, los ídolos, que él es más de la opinión que todos somos iguales y cuanto más horizontal todo mejor. Pero en el escenario ahí sí que lo juega porque el arte está para eso: para hacer lo que en la vida no nos atreveríamos a hacer. Y, en el concierto, Yung Beef, encima de la jaula, despliega todo su carisma y toda su impostura, como en sus vídeos, en sus temas o en las redes sociales. Y funciona. Pero también mola la distancia que pone con eso, incluso en escena. Citando uno de sus temas, ¿Quién se ha follado a tu bitch?, grita Hakim al público desde arriba de la jaula. Yung Beef, contesta el público a gritos. Y Yung Beef lo desmiente: mentira, dice. Y eso mola, porque nos recuerda que todo esto es un juego. Todos participamos del juego a tope, pero sabemos que es un juego, una ficción, no somos idiotas. Por eso da igual que Yung Beef cante por encima de sus temas o que deje de cantar. No hemos venido a ver lo bien que canta. No va de eso esto. Él mismo no es tonto y sabe que su secreto no está en la voz, quien quiera buenas voces que vaya a escucharlas a la ópera. Los que no lo pueden entender ni siquiera están aquí porque a la gente que está aquí, bailando y flipando cuando Yung Beef pide una y otra vez que apaguen las luces y que se quede todo oscuro, le da igual que se cante o no en directo. El ambiente es de comunión y de goce colectivo. Una excusa para la fiesta y la fascinación.
Pero todo esto no sería posible si el pescado no estuviese vendido de antemano. No hace falta que Yung Beef defienda sus temas, nadie le pide eso. Conocemos los temas, los vídeos, toda la imaginería, todo lo hemos visto ya en internet, gratis. Hemos pagado para encontrarnos aquí y ver qué hace con todo eso que ya conocemos. Todo ha cambiado ya, reconozcámoslo cuanto antes y dispongámonos a disfrutarlo antes de que sea demasiado tarde. Ernesto Castro le pregunta a Yung Beef en la entrevista cuál es el concepto detrás de sus conciertos y él le responde: destrucción. Pura destrucción, eso es lo que estamos buscando. Acabar con toda esta vergüenza, otra palabra que repite mucho Yung Beef en uno de los momentos más interesantes de la entrevista. Que vaya subiendo gente a la jaula, unos que bailan, otros que gritan, Yung Beef que se vaya quitando la ropa mientras le va dando instrucciones a la dj para que pinche esto o lo otro, cortando los temas de su última mixtape por donde mejor le parece. Todo vale, el dispositivo es sencillo pero muy potente y lo único que hay que hacer es no interferir en la energía que fluye entre los que están en la jaula y el público, con la ayuda de la música enlatada y las luces, sobre todo con ayuda de la oscuridad.