Te prometí que te contaría de qué va todo esto. He tardado un poco más de lo previsto. Disculpa el retraso. He estado viajando estos días y no he tenido un momento libre. Además, como te dije por whatsapp, creía que otro periodista iba a publicar en breve un artículo sobre el tema. El periodista ha publicado el artículo pero no cuenta demasiado sobre lo que yo quería explicarte. Por eso estoy escribiéndote esto. Como te dije, para no hacerme más el misterioso, todo esto forma parte de una acción artística que se presentó el jueves, en Madrid. Yo fui parte del público asistente. Di mi número de teléfono sin saber de qué iba esto porque el artista nos lo pidió, a través de una chica del público, que se levantó de su butaca y, dirigiéndose a todo el público, nos dijo que estaba en contacto con el artista y que él le había dicho que hasta que no le enviásemos un whatsapp al número de teléfono español que ella nos comunicó no comenzaría la función. El artista, Alejandro G. Ruffoni, dio por supuesto que todo el mundo tendría whatsapp. No era así pero eso al final no fue obstáculo para comenzar. También nos dijo que no nos iba a incluir en ninguna lista de whatsapp, que no nos preocupáramos. Creo que ahí hizo un poco de trampa aunque es cierto que no nos incluyó en ninguna lista. No exactamente. El artista presentaba la cuarta pieza de una sesión donde intervenían varios artistas, en la Sala Valle-Inclán, en pleno centro del barrio de Lavapiés. Ese teatro pertenece al Centro Dramático Nacional. La sesión estaba dentro de la programación de un ciclo que se llama El lugar sin límites. Esta sesión se repitió al día siguiente. Solo dos días, jueves y viernes. Yo estuve el jueves. Alejandro G. Ruffoni, después de que una gran parte de las 200 personas que estábamos entre el público le enviásemos un whatsapp, apareció allá a lo lejos, al final del escenario, desnudo y pintado completamente de negro.