Estuve en el segundo día del Festival TNT, el viernes, desde el mediodía hasta la madrugada. Comencé con la Guerrilla conferencia de El conde de Torrefiel en la Faktoria d’Arts. Me encontré con algunos espectadores que habían estado en el estreno de La posibilidad que desaparece frente al paisaje en El lugar sin límites, en Madrid, en el Valle-Inclán, en el CDN. La jornada del viernes en Terrassa acabaría en el mismo lugar donde nos encontrábamos a la una del mediodía, esta vez a medianoche, con otra Guerrilla (ahora concierto), después de la presentación de La posibilidad en el Teatre Alegria, con una platea abarrotada por un público que aplaudió a rabiar a El conde, mucho más entusiasta (me dio esa impresión) que en el estreno en Madrid.
Las Guerrillas de El conde y La posibilidad son objetos que se pueden separar y presentar aisladamente, por supuesto, pero su gestación y su concepción están unidas. A El conde les ha costado programarlas juntas. No es fácil, por muchos motivos. Algunos de esos motivos son logísticos, de producción, pero otros me parece que tienen más que ver con el circuito que presta atención a lo que hace El conde (y otros creadores por el estilo), un circuito en el que, al final, el plato fuerte siempre es lo que se haga dentro de un teatro, porque lo estándar en ese circuito, en definitiva, siempre acaba siendo lo que pase en un teatro. En mi opinión, y en la de mucha otra gente (me parece que es un clamor), ya es hora de que se le dé la vuelta a eso. Tantas décadas de arte de siglo XX, y quince años ya de siglo XXI, y aún seguimos así, con esta especie de apartheid entre disciplinas que sólo existe en la cabeza de algunos, normalmente en la cabeza de quienes parten el bacalao, impregnando las instituciones que dirigen. Es una verdadera lástima. Mientras esperamos que eso cambie de una puñetera vez, gracias a la insistencia de El conde, el viernes pudimos ver dos de sus Guerrillas antes y después de una pieza escénica diseñada específicamente para un teatro.