Viví durante tres años en el número 2 de la calle Valencia de Madrid, en Lavapiés, justo enfrente del Centro Dramático Nacional, del Teatro Valle-Inclán. Era mirar por la ventana de la cocina o del salón y ver la plaza de Lavapiés y ese enorme edificio, con sus increíblemente grandes banderolas anunciando la programación. Las banderolas iban cambiando cada cierto tiempo. A veces incluso llegué a ver cómo las descolgaban y las volvían a colgar, algo bastante espectacular. Recuerdo jugar a imaginar a cuánto ascendería el presupuesto dedicado a las banderolas y pensar que seguro que con ese presupuesto yo podría vivir todo el año. Por mi privilegiada situación seguramente yo era de los primeros en enterarme de cada nueva programación. Mientras fumaba mirando por la ventana leía una y otra vez los títulos de los ciclos, de las obras, de los autores, de los actores y los directores. Creo que incluso hubiese podido recitarlos de memoria. Nunca en esos tres años (del 2010 al 2012) encontré nada en la programación que me invitase a cruzar la calle para entrar en el teatro. Aunque para ser justos tengo que decir que en esa época viajaba a menudo a Barcelona y a otros lugares. Quiero decir que no estaba todo el tiempo en Madrid. Quizá tuve mala suerte. Pero no deja de ser curioso que me haya pasado tres años viviendo delante del Valle-Inclán y no haya entrado nunca y que la primera vez que entro sea porque decido ir expresamente desde Barcelona para presenciar un estreno, lo último de El conde de Torrefiel, en un ciclo comisariado por el Teatro Pradillo. Es posible que los tiempos estén cambiando ahora que vivimos en ciudades donde comienzan a pasar cosas que hasta hace muy poco nos parecían ciencia ficción. Celebrémoslo. Y, por cierto, gracias, Pradillo, por contribuir a la construcción de esta nueva realidad de ciencia ficción. Y gracias, CDN, por propiciarlo, por permitirlo. Disparo a ciegas porque desconozco los detalles de cómo se ha fraguado algo así. Pero lo celebro. E intuyo que no habrá sido nada fácil. Es lo que tiene la confluencia, esa palabra que he escuchado en varias ocasiones durante las 48 horas que he estado en Madrid. ¿Estamos por la confluencia o por qué estamos? Yo estoy por la confluencia para la construcción de realidades de ciencia ficción. Ya está, ya lo he dicho. Vayamos poniendo las cartas sobre la mesa.
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