He pasado tres días en un festival de nuevas tendencias (escénicas) y he vivido para contarlo. Era un festival, esto está claro. Aunque me pregunte qué debería ser un festival todavía sé distinguir lo que es un festival de lo que es una patata. Hoy en día un festival se caracteriza por presentar muchos espectáculos en un espacio-tiempo reducidos. Algunos, los más, en un espacio-tiempo extremadamente reducido. Si quieres ver todo lo que te ofrece un festival a veces lo tienes crudo porque tu relación con el espacio-tiempo es limitada. Es una incitación a ponerte al límite. Puedes aceptar el reto. Normalmente eso te deja extenuado. Llevado al límite puede provocar que una experiencia a priori placentera se pueda convertir en un infierno. De ti depende lidiar con este riesgo. En un festival sueles encontrar, además de artistas y público, gente que se dedica a esto pero que no ejercen de lo que se conoce con el nombre de artista (o similares: creador/a, autor/a, actor/a, coreógrafo/a, dramaturgo/a y apelativos con un número parecido de connotaciones) sino de las más variadas profesiones alrededor del trabajo del artista (programador/a, gestor/a cultural, director/a de otro festival, director/a de un teatro, manager, periodista y apelativos con un número parecido de connotaciones). Todo junto es lo que se conoce como el mundillo. A veces el número de personas relacionadas con el mundillo es tan grande que no cabe nadie más en la sala. A veces la importancia del mundillo se hace tan evidente que uno se pregunta si el festival se organiza para satisfacer las necesidades del mundillo. ¿Pero qué necesidades tiene el mundillo? Déjame pensar.