Me recuerdo como una vieja emocionada presenciando la última performance de la historia de MAPA. A las 7 de la tarde, domingo, Pontós, Alt Empordà . No me imagino mejor elección que Nilo Gallego para clausurar definitivamente este entrañable festival con 8 años de historia. No sólo porque Nilo sea un crack. O porque suela juntarse con una familia de colaboradores igual de cracks que él, como Chus Domínguez y Noemí Fidalgo. Ni por lo fino que hila. Sobre todo porque que Nilo estuviese al frente del último recorrido de MAPA por los bosques de Pontós es super coherente. Coherente con el estilo propio de MAPA. Al menos hasta donde a mí me alcanza la memoria, MAPA se ha caracterizado por lanzarse por el sendero salvaje del site-specific poniendo patas arriba el pequeño pueblo de doscientos y pico habitantes donde se celebra el festival. Y después de todos estos años han conseguido implicar a todo Pontós en su movida, una movida modernilla que al principio me imagino que debió levantar suspicacias de todo tipo entre los lugareños (y aún las levantará, seguro) pero que, con el paso de los años, parece que ha dejado huella. El pueblo que al principio les decía «a mí no me engañáis, vosotros sois de una sexta». Ese pueblo, precisamente, era el tema de esta edición y estuvo presente más que nunca. A mí me pareció un homenaje, un homenaje al pueblo, en todos los sentidos.
Llegué a Pontós el domingo a la una y pico, así que ni siquiera vi el episodio final entero. Pero cuando llegué ya me encontré con la primera sorpresa: Barbara i Els Morenos cantando cancioncillas para un público infantil. No voy a molestarme en defender el género, me pilla bastante lejos. Pero escuchando a Barbara y sus colegas pensé que los pobres chavales no se merecen el tormento al que los intentan someter cuando les exponen al género de la canción infantil en sus peores manifestaciones. Yo mismo recuerdo haberlo pasado bastante mal cuando era niño y comenzaba a estudiar música. Estuve a punto de dejarlo por las torturas en forma de canción infantil a las que me sometieron durante un año seguido. Los niños no se merecen eso. Pero por suerte hay gente en este mundo que se encarga de dignificar un género seguramente necesario, alejándose de los peores vicios. Barbara Van Hoestenberghe, músico belga de exquisita sensibilidad, es una de ellas. Vive en Pontós y, según dice, para aprender catalán se ha dedicado a aprender canciones populares infantiles viajando en furgoneta con su grabadora en mano. Una vez instalada en Pontós los vecinos le han enseñado más canciones y algunos hasta las cantan en el CD libro que ha hecho Barbara con sus versiones. Vale, la primera en la frente. Canción infantil folk-pop-experimental exquisita, que te deja con cara de tonto pensando en la coherencia de dedicarle un festival al pueblo comenzando por ahí, por los niños del pueblo, sin bajar el listón ni tratar a los niños como si fuesen tontos.
Luego, paella popular al aire libre resguardados bajo los árboles de la casa de colonias y antiguo convento. Está bien comprobar cómo los del pueblo se mezclan con los forasteros culturetas que forman el público del festival, además de con los artistas que llevan ya unos días en el convento preparando sus actuaciones. Como suele pasar, al final nos acabamos conociendo todos y los que no saludas te suenan de vista. Es verdad que MAPA nunca se ha caracterizado por el virtuosismo gastronómico. Excepto el restaurante Can Cassoletes, donde sirven unas comidas excelentes, el rancho de la casa de colonias calma el hambre pero no alimenta el espíritu. Con la paella pasa lo mismo, suele ser de batalla, los valencianos no quieren ni oír hablar de que le llamen así, paella, pero se diría que este año hasta sabía mejor y, como tirando la casa por la ventana, si te quedabas con hambre había butifarra de segundo. Vivimos en un trozo del mundo donde el pueblo ha dedicado mucha energía y creatividad a la cultura gastronómica, uno de los placeres más populares que hoy en día está al alcance de todos. La paella de MAPA tenía algo de romería de final del verano. En ese sentido siempre ha valido la pena. Otro día hablamos de los festivales y encuentros que llevan el placer gastronómico más allá. En este caso me quedo con la emoción de la abuela cuando ve al pueblo reunido alrededor de unas mesas. Pueblo de Pontós y pueblo de modernos culturetas, que forman un pueblo transgeográfico, lo queramos o no, una comunidad en la que estamos metidos hasta el cuello. Para bien y para mal. Adentrémonos en estos pensamientos.
Y bien, después de la paella, el café y la tertulia, subimos al castillo para presenciar Pueblo, la creación colectiva, que algunos pensábamos que era de David Cauquil y que otros decían que no, que Cauquil sólo era el responsable de una instalación tipo monumento turístico que también estaba colocada en lo alto del monte donde están las ruinas del castillo y que mostraba la panorámica de Pontós dibujada junto a algunos hitos de la historia del pueblo. En fin, hay cierta confusión al respecto que también parece coherente con lo que allí presenciamos, que fue maravilloso. El pueblo convertido en un escenario vasto e impresionante y sus habitantes convertidos en actores de un magnífico y emocionante cuadro vivo, una especie de cine sin pantalla, muy Tati, con banda sonora de película, a veces de spaghetti western, a veces de musical de los 60, con extraordinarios y sencillos efectos especiales, un despliegue creativo de una coherencia enorme con todo este festival y con el tema de este año. Yo qué sé, durante toda esa jornada, igual que en los días previos al festival, me dio la impresión que nadie quería darle mayor importancia a que MAPA se muriese. No se utilizaron argumentos económicos para justificar el cierre, al contrario, no se le quiso dar más importancia. Me parece bien esta actitud pero yo me emocionaba como una vieja sin remedio. Esto que se ha liado en MAPA durante estos años ha sido muy gordo, que lo sepáis. Y eso me lleva a pensar en la importancia de todo esto. En la importancia de seguir montando movidas, en la actividad que cada cual lleva a cabo en el seno de la, llamémosla así, «comunidad». No encuentro otra palabra para definirla, veo comunidad por todas partes, quizá esté algo enfermo. Dudo constantemente del valor de tanta acción. Pero ante fenómenos como este último episodio de MAPA, por ejemplo, me rindo ante la evidencia: el mundo sería mucho más jodido si renunciásemos a la acción.
Y para acabar, Nilo y sus secuaces: Chus y Noemí, siento no conocer el nombre de los demás. No tengo palabras y me quito el sombrero ante su trabajo. Hace un año me dejaron mudo en la fábrica Beta de Bilbao. Esta vez, imagino que absolutamente conscientes de lo que es este festival, porque lo conocen muy bien, ya han estado otras veces, ya han hecho talleres de percusión con los chavales hace años y se nota un huevo porque, como se vio en el recorrido final, en este pueblo parece que todos lo chavales tocan la batería como si Pontós fuese Seattle en los 90, pues conscientes como son, homenajearon al pueblo y su entorno natural, de nuevo, poniéndolos en el centro de su creación: mayores y niños, el alcalde y las bestias. Las acciones que proponen no suelen ser lo que se entiende por espectaculares, al contrario. Pero pones una detrás de otra y la cosa se va llenando, se va llenando, y al final siempre hay algún momento en que, de nuevo te descubres como una vieja emocionada y no sabes por qué. Puedes ser muy bueno en lo que haces, puedes ser el mejor, el más hábil, pero hay gente que construye cositas que, además de ser bellas e ingeniosas, transmiten algo alrededor de la humildad, la sencillez, el buen rollo, la emoción y el respeto y la consciencia a través de la contemplación de lo humano y el mundo en el que vivimos, que va más allá, precisamente gracias a no darle mayor importancia, a no darse mayor importancia. No sé si con estas torpes palabras, a las que los críticos les pueden sacar toda la punta que se propongan, no sé si con este encendido elogio hago algún favor a Nilo, a Chus y a Noemí. Pero como lo digo lo siento.
No he hablado de todo lo que sucedió en MAPA porque no estuve en todo: Raúl Alaejos, Accidents Polipoà¨tics, la experiencia de poner un espectador en las mesas de la gente del pueblo (que me han dicho que en algún caso elevó el nivel gastronómico del festi), etc…
Parece mentira como este tipo de eventos increíbles permanecen tan ocultos. Como es habitual en estos casos, poco he encontrado por ahí publicado sobre el tema (excepto el vídeo que grabó Txalo Toloza). Sólo he encontrado esta entrevista a Tomà s Aragay para Hoy empieza todo, de Radio 3, que comparto aquí con vosotros.
En fin, que no se pierda toda esta energía, por favor. MAPA vivirá en nuestra memoria de viejas emocionadas.