Hace muchos años, cuando era un adolescente estudiante de piano, el director de mi escuela de música, un compositor y director de orquesta a quien respetaba mucho porque me daba la impresión de estar delante del tío que más sabía de música de todos los que había conocido hasta la fecha, nos dio una master class a un grupo de alumnos de una media de edad de 14 años como mucho. Todos traíamos alguna pieza preparada y teníamos que interpretarla delante de la clase. Me acuerdo que una chica tocó algo de Schumann que yo no había escuchado en mi vida y, cuando acabó, el director, delante de toda la clase, me preguntó que qué me había parecido. No se me ocurría nada. Le dije que no sabía. Pero eso no le dejó nada satisfecho y me presionó para que despertase mi espíritu crítico y valorase lo que acabábamos de escuchar. Yo conocía a la chica y le había escuchado tocar antes y, la verdad, no se destacaba especialmente por encima de los demás, más bien la considerábamos algo mediocre. Pero era la primera vez que escuchaba esa obra de Schumann y, aunque yo había estudiado algunas piezas de Schumann por el estilo, me parecía que, si tenía que ser justo, no disponía de suficientes elementos para juzgarla. Yo no había escuchado su interpretación mientras iba pensando en los fallos. La había escuchado como se escucha algo nuevo y desconocido. Y cuando acabó me quedé como si hubiese llegado a un sitio nuevo, en un bosque, por ejemplo, y me hubiese encontrado con una cascadita que no hubiese visto nunca. Y el director de orquesta quería que me posicionase y yo sabía que no se conformaba con cualquier cosa, él siempre necesitaba una justificación coherente. Le dije que es que no conocía la obra y me molestó mucho que el tío siguiese insistiendo. Me quería obligar a juzgar. Y yo me negaba. A ver, el hombre estaba haciendo su trabajo y creo que lo hacía muy bien. Estábamos en un contexto de conservatorio, donde se dedicaban a enseñarnos cómo interpretar partituras con, como mínimo, 50 años de historia (la de Schumann eran 100), de una manera «correcta», según el concepto de «correcto» que les había sido transmitido a ellos por los maestros que ellos habían tenido antes de convertirse en nuestros maestros. Vale, pero al final me hice mayor y abandoné el conservatorio sin acabarlo. Y ahora, cuando voy al Radicals Lliure a ver a un tío, como pongamos, David Fernández, que presenta algo que él mismo acaba de crear, que no interpreta una partitura de hace 50 años, ¿me tengo que poner a juzgarlo a la salida? Bueno, pues sí, lo normal es eso. A mí me sigue incomodando mucho. Es como cuando me presentan a una persona y, cuando lo despides, te preguntan: ¿y qué tal? ¿qué te ha parecido? Pues yo creo que está muy bien construido pero le falta chicha. ¡Hombre, no me jodas! ¡Me resulta tan incómodo entrar en una conversación así! Claro, esto debe ser porque esperamos algo de lo que vamos a ver (que para eso pagamos lo que cuesta un menú de mediodía) y el resultado no está a la altura de otra experiencia con la que lo comparamos. Como si te comes una paella y la comparas con otras paellas que has comido en el pasado, suponiendo que tengas suficiente experiencia como para haber comido antes paella. Bueno, y luego está tu paladar, el gusto y todo eso, que hay gente que se ha acostumbrado a unas paellas que dan asco y otros que no han salido nunca del lomo con patatas. ¿Pero lo de David Fernández es como una paella? Pues igual no está tan lejos pero me cuesta tratarlo como a una paella. Yo lo veo más como si lo hubiese acabado de conocer. Me habían hablado de él, lo había visto de pasada un día y todo lo que me había llegado de él me condicionaba con una mezcla de curiosidad y prevención. Ayer es como si hubiese pasado un rato conociéndolo y al salir me preguntan que qué tal, ¿te ha gustado?. Y yo contesto que la verdad es que el tipo me ha caído bien y además me alegro de que me haya caído bien, mira. No sé si me casaría con él ni me voy a poner a recomendárselo a mis amigos, que igual no van a los mismos bares ni escuchan la misma música, pero si vuelve a venir por aquí y quedáis llámame y salimos por ahí a dar una vuelta.
EL CORAZà“N, LA BOCA, LOS HECHOS Y LA VIDA
DAVID FERNÁNDEZ
RADICALS LLIURE
El 22 es la última oportunidad de verlo.