Leyendo a Alberto Tognazzi me he enterado de que los creadores del corto Microfísica ponen a disposición de quien quiera en su página las pistas originales de la película para descargar, remontar y reutilizar, siempre y cuando se acepten las condiciones de la licencia Creative Commons que los creadores han elegido. Microfísica se muestra estos días en, según Tognazzi, el «más prestigioso festival de cortos del mundo: el de Clermont Ferrand».
Los creadores de Microfísica resaltan lo siguiente:
Es importante aclarar que el cortometraje «Microfísica» no posee ninguna licencia de Creative Commons, sino que son los más de veinte clips en bruto que ofrecemos aquí los que la tienen.
Estas son algunas de las motivaciones que les han empujado a dar este paso:
Bajo esta propuesta de remezcla de «Microfísica» late una interrogación sobre la integridad y naturaleza de las obras audiovisuales en el siglo XXI. ¿A quién pertenecen las imágenes? ¿Dónde empieza y termina la autoría de una película que se nutre de imágenes y sonidos ajenos? Son cuestiones muy presentes en el actual panorama audiovisual, ya exploradas en su momento por autores tan dispares como Andy Warhol o Steven Spielberg, y que recientemente retomaron Radiohead al invitar a sus fans a remezclar las canciones de su último disco.
Luego me he acordado de algunos viejos artículos de Juan Freire sobre el arte y el código abierto:
Sol LeWitt, arte modular y código abierto
Puede que el mundo de la pintura y la escultura sean aun demasiado conservadores para aventurarse por estas formas de creación y expresión
El código del arte también se abre
Se tiende a asociar el open source (código abierto) con el software libre y con una oscura forma de organización y de producción y distribución colaborativa propia de ciertas tribus de programadores y hackers. Menos conocida, pero igualmente importante, es esa misma tradición en las comunidades científicas. Pero, en realidad, el software libre sólo ha redescubierto, gracias a la tecnología digital, modelos organizativos tan antiguos como las sociedades humanas, y la filosofía open source se extiende ahora por todos los ámbitos intelectuales. La propia internet es uno de sus resultados más importantes.
Como contrapunto, mientras asistimos a esta eclosión de nuevas formas de creación, buena parte de la literatura sigue anclada en el viejo y aburrido debate entre la copia legítima y el plagio ilegítimo. Cada nuevo escándalo demuestra lo difuso del límite y lo arbitrario de la toma de postura por muchos intelectuales. Es un debate propio de una cultura analógica y jerarquizada que trata, en realidad, de dirimir quién detenta la autoridad. Pero internet favorece la eclosión de redes distribuidas haciendo innecesaria la jerarquización y la existencia de una autoridad externa. Los debates sobre el plagio se hacen innecesarios si se aplica la transparencia y se reconoce que el conocimiento y el arte siempre han sido una construcción colectiva, donde los autores utilizan ideas y materiales de otros en un proceso de copia y remezcla creativa. La tradicional leyenda de la creación individual, casi en aislamiento absoluto, esconde un proceso creativo mucho más complejo en que se mezcla el genio individual con el soporte colectivo. Lo único que han hecho internet y el paradigma open source es facilitar este proceso al tiempo que lo multiplica al dar acceso a una multitud de usuarios creativos, antes forzados a ser simples espectadores.
Y me he preguntado ¿cómo se está viviendo eso en las artes escénicas? ¿Cómo aplicar el código abierto, los remixes y las obras colaborativas en las artes escénicas? ¿Y por dónde se puede seguir avanzando por esa línea?
No conozco muchos casos pero se me ocurren, por ejemplo: Emi Pastor y su obra Que no quede ni un solo adolescente en pie (que ha sido creada en su blog, con un proceso creativo sometido a los comentarios de los visitantes y cuyo código fuente está publicado, aunque, que yo sepa Emi no ha dicho nada sobre si puede o no ser utilizado por otros), Quim Pujol y sus Rigoladas (plagios de las estructuras de otras obras) grabadas en vídeo y publicadas en Internet, Sergi Fäustino con su Cremaster de los cojones (en la que realiza una copia cutre declarada del Cremaster Cycle de Matthew Barney con el propósito de reflexionar, entre otras cosas, precisamente sobre las copias) o Sònia Gómez y sus Experencias con desconocidos (en la que es contratada por desconocidos y luego de alguna manera utiliza materiales que ellos le proporcionan en la relación que establecen con ella).
¿Conocéis más casos (seguro que los hay)? ¿Cómo llevar el remix a las artes escénicas?