En la exposición que el CCCB le dedica a la fascinante obra y vida de Agnès Varda (hasta el 8 de diciembre) se puede ver un vídeo de un programa de televisión francés de los noventa en el que Agnès Varda y Madonna se rencuentran. Años antes, Madonna le había comprado a Agnès Varda los derechos de su película Cléo de 5 à 7 para hacer un remake en Estados Unidos protagonizado por la propia Madonna. Varda estaba de acuerdo, decía que Madonna se parecía a la actriz que protagonizó esa película, Corinne Marchand, pero el proyecto nunca se llegó a realizar por discrepancias en la manera de llevarlo a cabo. Madonna lo cuenta ante las cámaras. Dice que en la industria del cine estadounidense las cosas no funcionan como en Europa. Bueno, se entiende que se refiere a cierto cine de autor europeo y que lo está comparando con la industria de Hollywood (porque, por supuesto, también existe otro tipo de cine estadounidense). Pero lo que viene a decir Madonna es que los productores allí, para soltar la pasta, necesitan que se les presente un guion absolutamente cerrado, algo perfectamente planificado, y eso chocaba frontalmente con el estilo de trabajo de Agnès Varda, que reclamaba libertad para improvisar sobre el terreno. Pero lo interesante es que, después de contar por qué no se pusieron de acuerdo en su día, Madonna le dice a Varda: Ahora que ha pasado un tiempo mi punto de vista ha cambiado. Ahora lo haría de la manera como tú querías hacerlo. Y Agnès Varda pone cara de circunstancias, mirando al cielo y emitiendo un gruñido de difícil traducción pero que se entiende perfectamente. A buenas horas mangas verdes, podría ser la traducción. A Agnès Varda el reconocimiento le llegó tarde en todos los aspectos. En la exposición podemos ver algunos de sus premios en una vitrina. Son todos grandes premios pero la mayoría son premios honoríficos, esos que llegan al final de una carrera en la que casi nunca te han premiado.
Agnès Varda fue la única mujer entre todos los directores de la Nouvelle Vague (y como se señala en esta exposición, seguramente se ninguneó su importancia dentro del grupo por el hecho de ser mujer). Pero lo cierto es que se avanzó en algunos años al resto de la Nouvelle Vague con su primera película, La Pointe-Courte, que dirigió en 1955, con veintisiete años. Un dato interesante que sorprende (y da ánimos) en la sala que esta exposición dedica a esa primera película es que la escribió y dirigió sin apenas haber visto películas en su vida. Ella misma decía que había visto solo siete películas antes de ponerse a filmar por primera vez. ¿Cómo se explica eso? Está claro que fue una artista con muchísimo talento para el cine (y no solo para el cine) pero lo que también parece evidente después de visitar esta exposición es que Agnès Varda no dudó en darse el permiso para hacer lo que le dio la gana en cada momento. ¿Que nadie le producía sus películas? Pues se montaba su propia productora en modo cooperativa con los trabajadores que participaban en ellas (es realmente entrañable observar las anotaciones escritas a mano en la libreta de la contabilidad de su primera película). ¿Que tenía fracasos estrepitosos? Pues se prometía a sí misma que no iba a estar demasiado pendiente de la audiencia de sus películas. Quizá la película no se había estrenado en un buen momento, quizá el éxito fuese cuestión de suerte o quizá la película no le había gustado al público. Pues nada, qué se le va a hacer, hagamos otra. Y eso hacía, contra viento y marea.
En otro de los vídeos que encontramos en la exposición, Varda defiende su trabajo y el llamado cine de autor. Dice que si en vez de presentar ese cine como algo exigente, arduo y para públicos minoritarios se hablase de él en otros términos más positivos que ayudasen a normalizarlo, que no asustasen a su público potencial, no ve por qué no podría convertirse en un cine tan popular como el cine supuestamente más comercial. A Varda le parecía que el cine, que en su origen fue un invento moderno, se había anquilosado, se había vuelto conservador, dando la espalda a los cambios que se habían producido en el resto de las artes. Lo que ella pretendía era explorar esas nuevas posibilidades artísticas realizando un cine más conectado con el presente en todos los sentidos, tanto en su temática como en su aspecto formal. Las dos cuestiones fueron una preocupación constante en su carrera. Despertar el deseo de ver, ese fue uno de sus objetivos, como la exposición se encarga de subrayar.
Algo que quizá sorprenderá en esta exposición a algunos de los admiradores de sus películas es su faceta como fotógrafa. Varda fue fotógrafa antes que cineasta y siguió siendo fotógrafa toda su vida. Durante muchos años, desde su primera edición, fue la fotógrafa oficial del Festival de Avignon. En la exposición se muestran algunas fotografías suyas de esa época en la que se dedicaba profesionalmente a fotografiar a gente del teatro y sus montajes. Pero hay muchas fotografías más. Y algunas realizadas en Catalunya durante los años cincuenta. Varda, que creció en la costa occitana mediterránea, no muy lejos de Catalunya, visitó Girona y sus alrededores en los años cincuenta y tomó algunas fotografías que esta exposición muestra por primera vez. Como las de Dalí, a quien fotografió en su casa de Portlligat, improvisando una vez más: le escribió una carta de su puño y letra (la podemos leer en la sala dedicada a su relación con Catalunya) en la que le pedía amablemente que posase para él, a lo que Dalí, sin más explicaciones, accedió. Pero también encontramos en esta exposición los retratos fotográficos que les hizo a Miquel Barceló y a un jovencito Joan Fontcuberta (con diecisiete años), así como un retrato de Agnès Varda pintado por Miquel Barceló y un cuadro de Tàpies, al que Varda hace referencia en su película Los espigadores y la espigadora porque una mancha de humedad del techo de su casa le recuerda a un cuadro suyo. El humor de Agnès Varda es una constante en toda su obra, un humor cariñoso pero irreverente que encontramos a puñados en esta exposición. Le gustaba retratar a gente en sus fotografías con unas alas de ángel detrás, unas alas que guardaba en su estudio. Pero a Fidel Castro, en su estancia en Cuba durante los sesenta, le fotografió con unas piedras detrás que se parecían mucho a esas alas angelicales. Es otra de las sorprendentes fotografías que podemos ver en la exposición.
Al final de su vida, Agnès Varda también abordó el formato instalación, a partir de una invitación para participar en la Bienal de Venecia de 2003. La exposición muestra cuatro de las instalaciones que realizó a partir de ese año. Una de ellas nace a partir del fracaso estrepitoso de una de sus películas. Su reacción a ese fracaso comercial fue construir unas cabañas de cine cuyas paredes construyó con el celuloide de esa película. A esa instalación la tituló Échec (fracaso).
Me dejo muchas temas en el tintero de los que también se ocupa esta exposición: sus viajes a los países socialistas (Cuba y China) en plena revolución social, su interés por los movimientos afroamericanos por los derechos civiles y la libertad sexual asociada al movimiento hippy, su interés por la marginalidad, la denuncia del consumismo capitalista, su feminismo alegre, independiente y controvertido, sus orígenes griegos, su vida sentimental nada convencional, sus numerosas amistades artísticas y no artísticas, su interés por la pintura, su amor por los gatos, su inclinación por un autorretrato sostenido en el tiempo mientras dirigía su mirada hacia los demás, su preocupación por entender y respetar a la gente a la que retrataba, su nulo deseo de imponer nada, la absoluta libertad de sus aproximaciones, que en estos tiempos de corrección política sorprende bastante por su atrevimiento, cuando lo que nos suele pasar al revisar ciertas figuras del pasado es todo lo contrario, que el atrevimiento de ciertos artistas rompedores en su día nos parece ahora algo inofensivo (¿quién se atrevería a rodar hoy una película sobre una mujer de cuarenta años, Jane Birkin, que se enamora y tiene una relación sentimental con un chaval de catorce interpretado por el propio hijo de Varda?) … Podría estar hablando sobre esta exposición hasta mañana pero lo mejor es ir a verla con calma (da para una tarde y para bastante más).
La exposición tiene su origen en la retrospectiva que le ha dedicado recientemente la Cinémathèque française en colaboración con la productora Ciné-Tamaris, la productora que fundó la propia Agnès Varda. Está comisariada por la curadora especializada en cine Florence Tissot, con la dirección artística de la hija de Agnès Varda, Rosalie Varda, y el asesoramiento de la crítica cinematográfica Imma Merino. Además de los materiales de la exposición original, la del CCCB cuenta con un espacio expositivo ampliado en el que se incluyen esas cuatro instalaciones de Varda que se pueden ver por primera vez en Catalunya, el reportaje fotográfico de su viaje a Girona y la relación de Varda con Catalunya, una selección de cortometrajes que se pueden ver en salas de proyección dentro de la propia exposición y algunas obras de artistas locales que homenajean a nuestra querida y muy añorada Agnès Varda.
Rubén Ramos Nogueira